Sábado de Ceniza
Para el día de hoy (29/02/20):
Evangelio según San Lucas 5, 27-32
La primera fracción del versículo inicial del Evangelio para el día de hoy revela un misterio que no puede acotarse a los procesos de la razón. Se trata de dos términos, y quizás sea también un premuroso indicativo para estar alertas, en vigilia, a no pasar las cosas por alto, y a que en lo que parece mínimo también se abre una ventana a la eternidad.
Jesús salió nos habla la Palabra. No es un mero relato de una acción circunstancial, sino la certeza inmensa de un Dios que sale al encuentro de la humanidad, de un Cristo que jamás -por nada ni por nadie- se deja encerrar y nos encuentra en cada esquina, allí en donde acontece el devenir cotidiano.
Y que aún cuando esa realidad que somos se encuentre ensombrecida por miserias, angostada por la rutina o grisácea por la nada tras la nada, allí se hace presente. Allí lo encontraremos, en las mesas cambistas en las que a menudo se nos convierten los corazones, la compraventa religiosa, el trueque de piedad por favores divinos.
Y a pesar de todo Él sigue buscándonos, mirando firme a los ojos, invitando a seguir sus pasos en todos los asombros de la Gracia, ese Reino que es el sueño bondadoso de Dios para toda la humanidad, para la creación, para el universo, para vos, para mí, para el vecino, para quien amamos y también para quien nos odia.
Jesús salió, nombre del Verbo y verbo que define su ministerio de Salvación.
Cuaresma es bendición para el regreso, indicio feliz de llamamientos constantes, llamamientos concretos pero a la vez humildes, sencillos, sin aristas rutilantes, pero tan decisivos que en la respuesta nos jugamos la vida.
Un Cristo atento siempre a lo que nos sucede, ahora mismo, nos está convidando a la mesa grande de la fraternidad, para celebrar la vida que se comparte, el milagro del nosotros al reconocernos hijos y hermanos.
Paz y Bien
Jesús salió nos habla la Palabra. No es un mero relato de una acción circunstancial, sino la certeza inmensa de un Dios que sale al encuentro de la humanidad, de un Cristo que jamás -por nada ni por nadie- se deja encerrar y nos encuentra en cada esquina, allí en donde acontece el devenir cotidiano.
Y que aún cuando esa realidad que somos se encuentre ensombrecida por miserias, angostada por la rutina o grisácea por la nada tras la nada, allí se hace presente. Allí lo encontraremos, en las mesas cambistas en las que a menudo se nos convierten los corazones, la compraventa religiosa, el trueque de piedad por favores divinos.
Y a pesar de todo Él sigue buscándonos, mirando firme a los ojos, invitando a seguir sus pasos en todos los asombros de la Gracia, ese Reino que es el sueño bondadoso de Dios para toda la humanidad, para la creación, para el universo, para vos, para mí, para el vecino, para quien amamos y también para quien nos odia.
Jesús salió, nombre del Verbo y verbo que define su ministerio de Salvación.
Cuaresma es bendición para el regreso, indicio feliz de llamamientos constantes, llamamientos concretos pero a la vez humildes, sencillos, sin aristas rutilantes, pero tan decisivos que en la respuesta nos jugamos la vida.
Un Cristo atento siempre a lo que nos sucede, ahora mismo, nos está convidando a la mesa grande de la fraternidad, para celebrar la vida que se comparte, el milagro del nosotros al reconocernos hijos y hermanos.
Paz y Bien
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