Para el día de hoy (03/02/20):
Evangelio según San Marcos 5, 1-20
Como en una perfecta sesión fotográfica, el Evangelista nos sitúa en la otra orilla del Mar de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis, es decir, en donde bullen los extranjeros, los impuros, los profanos, todos los que no son hijos de Israel. La misión del Maestro no se acota a raza, cultura o a la misma religión.
La presencia romana en estas diez ciudades -Deca/diez polis/ciudades- es muy fuerte, en el plano militar, el económico, el cultural. Es una región en la que ha proliferado el comercio y los caminos, por lo que toda la zona es un gran cruce de caminos y culturas.
Allí mismo, en el pequeño pueblo de Gadara, desembarca Jesús con los suyos luego de una noche tormentosa de aguas encrespadas de miedo y falta de fé. Apenas echa pié a tierra, y una figura de espanto, que casi ni parece humana, le sale al cruce. Grita con furia animal, en el extravío de su mente cautiva. Los vecinos del lugar han tratado de encadenarlo para intentar aplacarlo por la fuerza, pero el mal que lo somete es muy fuerte, y se suelta de los grilletes y en completa soledad esparce sus doloridos gritos por el cementerio de la ciudad. Para un muerto en vida quizás no haya otro hogar más simbólico y exacto que la casa de los muertos.
Hemos de recordar que estamos en territorio pagano; aquí no priman las ideas de impureza que hubieran considerado al endemoniado como un impuro, producto directo de un pecado propio o de sus padres.
Sin embargo, lo que sucede es aún peor. Los paisanos se han acostumbrado a esa molesta presencia, y nadie quiere acercarse, y es la imagen de nuestro acostumbramiento a todo lo que oprime al hombre, de la resignación frente a lo que deshumaniza y que sabemos está mal, muy mal.
Son malditas costumbres que no alcanzamos a extirpar. Porque la única cura es la solidaridad.
El Maestro lo sabe, y no es solamente un hombre quien debe sanarse, pues son muchos los corazones enfermos.
Acontece el milagro del acercarse, de la bondad, de la compasión. Acontece la fraternidad, porque el primer paso de toda cura y liberación es hacerse hermano del que sufre. Y acontece el milagro de la salud, y por ello ese hombre irremisiblemente condenado al olvido es rescatado de su sufrimiento solitario, íntegro como un hombre capaz de vivir más que de sobrevivir.
Pareciera que el mal ocupa espacios vanos, y esas fuerzas negativas se posan en una piara de cerdos -símbolo antiguo de la impureza-, los que se arrojan al mar. Aún cuando una vida se ha salvado, y por ello mismo el mundo es mucho mejor, los vecinos están enojados, Han perdido una piara valiosa, y han puesto por delante el valor de su hacienda por sobre la vida del hombre.
No hay razones que alcancen ni argumentos suficientes que justifiquen todas las riquezas del mundo por sobre el valor de una vida.
Como el endemoniado geraseno, cautivo redimido y pleno, liberada su capacidad de ser feliz, nos iremos junto a los nuestros con la mejor de las noticias, y es precisamente ese amor entrañable de Dios para con todos y cada uno de nosotros, y que cada existencia es única, enormemente valiosa, irrepetible y que nunca -jamás- hemos de rendirnos frente al mal que agobia tantas vidas.
Paz y Bien
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