7° Domingo durante el año
Para el día de hoy (23/02/20):
Evangelio según San Mateo 5, 38-48
Comenzaremos por el final, por el indicio mayor que nos brinda el Evangelio para el día de hoy, y que es el mandato a ser perfectos como es perfecto el Padre del cielo. Este mandato es súplica, es clave y es horizonte Toda esta enseñanza crucial que nos ofrece adquiere sentido y carácter único cuando la perspectiva luminosa de la eternidad entretejida en lo cotidiano -realidad tangible, accesible, al alcance de todo corazón- brinda destinación identificaria, de carácter y trascendencia.
-hablamos de destinación como mínimo artilugio para diferenciarnos del término destino, que a menudo se lo supone ya trazado y al cual hay que resignarse-.
Por ahora, sólo arriesgaremos que ser perfectos como Dios no implica el trazo de un abismo infranqueable, una perpetua zanahoria de utopías inaccesibles, sino más bien en la integridad de amar como Dios ama, y emigrar definitivamente a sus territorios, a la geografía asombrosa de la vida que se revela en Jesucristo.
Quizás el primer paso sea el descubrimiento del prójimo.
La Ley mosaica dirimía la cuestión identificando al israelita y al forastero -el extranjero asimilado en tierra judía- por un lado, y por el otro el extranjero, con quien no se tiene vínculo ni condicionamiento moral, y al que es dable y deseable odiar, buscar su destrucción. Es menester, claro, ubicarnos en el contexto: el extranjero -para un judío del siglo I y antes también- era el símbolo de lo ajeno, de lo extraño, del enemigo, de la derrota, la opresión, el exilio y la esclavitud. Si se quiere, el extranjero es el que siempre está dispuesto a nuestra destrucción.
En esta perspectiva se ubica la llamada lex talionis, ley del Talión, uno de los primeros indicios universales -en toda la historia humana- de ordenamiento legal, de pautas de convivencia. Ley necesaria, pues primero morigeraba los efectos devastadores de las venganzas, y con el tiempo suplantó una lesión o daño igual al conferido por una pena equivalente -una reparación económica o una pena carcelaria, hasta la pena capital-.
La Ley del Talión. con sus evoluciones y sus adaptaciones históricas, es la idea primera de las diversas vertientes del derecho -especialmente del penal- actual, imprescindible para cualquier ordenamiento social.
Jesús de Nazareth no es un rebelde congénito que llama a ir contra Talión, sino que impulsa a ir más allá. Mucho más que un mérito, y en la vecindad de una locura sindicada como tal por el mundo, Jesús apaga el detector de enemigos. Siempre falla, y nos suele enviar pésimas señales e imágenes.
Se trata de descubrir, invariablemente, al otro como propio, y no es un sentido de posesión ni de exclusividad diferenciadora de ajenos, aún en el ámbito de la fé profesada, y precisamente allí se juega el desafío mayor.
Los clásicos -y la cultura hebrea también- traducían el término amor de tres modos distinto: como eros, como philos y como ágape.
Eros relacionado a lo romántico, a lo sexual, a lo corporal.
Philos relacionado al ámbito de la razón, de la aceptación mental de un igual o a la asimilación voluntaria de una idea -de allí filosofía, amor a la sabiduría-.
Ágape, al amor con el que Dios nos ama, a todas las mujeres y los hombres de toda la historia, de todos los tiempos, generosa e incondicionalmente, un amor que es celebración y que no se acota a ciertas limitaciones que solemos imponer. Ágape, el amor asombroso que entrega sin vacilar la vida para que otro sobreviva.
Ése y no otro es el mandamiento de este amor, y sólo puede explicarse y asimilarse desde el mismo Dios que lo inspira porque es su misma esencia. Un amor que -decía con enorme veracidad la Madre Teresa- duele, pero sin el cual la fé cristiana es una vertiente moral más, muy respetable, pero sin un distingo y sin trascendencia.
Porque todo comienza y se decide aquí, y el más allá ha de manifestarse en nosotros en el día a día.
Paz y Bien
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