Para el día de hoy (21/02/20):
Evangelio según San Marcos 8, 34-9, 1
Es usual la afirmación de que cargar la cruz de cada día implique el piadoso ejercicio de la paciencia, llevando con nosotros todo aquello que nos lastima, nos hace daño, nos resulta gravoso. Ello también puede referirse a los aconteceres que nos vá deparando la existencia en el día a día -tantos dolores que se nos confieren- como así también las miserias propias en las que solemos sumergirnos. Todas ellas son señales dolorosamente mortuorias y, en cierto modo, cruces, y por ello mismo es que vivimos de este modo este pasaje del Evangelio que en el día de hoy se nos ofrece.
No está mal, es claro, porque ello supone un acto de fé, un compromiso, un atisbo de la Buena Noticia.
Más en realidad, Jesús de Nazareth siempre está a una distancia sideral de nuestras limitadas expectativas; será que toma distancia para que emprendamos la marcha con nuevos bríos hacia un horizonte que la rutina nos desdibuja.
Porque lo que el Maestro está proponiendo es que nos atrevamos a encarar el éxodo de aprendices/discípulos al de marginales para mayor gloria de Dios.
Cargar la cruz no implica necesariamente preanunciar un fin de espantos, como es la crucifixión. Cargar la cruz es asumir la condición de aquél que porta la cruz camino a cumplir su condena a muerte, la del despreciado por los mirones de la calle, de aquél cuya dignidad humana primordial es hollada y atropellada como una exhibición macabra.
La cruz era el suplicio romano prescrito para los criminales más abyectos; para la fé de Israel, además de esta imposición legal de la pax romana, significaba también adquirir el carácter de maldito.
Así entonces, cargar la cruz siguiendo a Jesús significa hacerse -voluntariamente- el último entre los últimos. Es renunciar a todo ego, y difuminar cualquier pretensión finalista para volverse un medio del Reino de Dios.
Es la ilógica de la abnegación, que fué, es y será motivo de asombro y escándalo, porque los que siguen de ese modo a Cristo se recubren de indignidad para ser los más dignos, se ubican al fondo de todo y serán por la Gracia los primeros, y desafiando toda lógica, afirman con cada respirar que es bueno, que es santo y que es necesario, a menudo, entregar la vida sin condiciones para que no haya más crucificados, para que otros vivan.
Seguir a Jesús es atreverse a reemplazarse uno mismo por Cristo, Dios entre nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.
Paz y Bien
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