Cristo, plenitud de justicia



















6º Domingo durante el año 

Para el día de hoy (16/02/20):  

Evangelio según San Mateo 5, 17-37








En la Palabra para el día de hoy hay continuidad y hay ruptura, y mucho tiene que ver con los esfuerzos de las primeras comunidades en integrar a los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo y aquellos cuyas raíces eran gentiles. Ello no sólo implicó una reflexión teológica monumental, sino especialmente la transformación de estructuras y preconceptos firmemente arraigados en las mentes de esas gentes.

Hay ciertas cuestiones -como las ideologías, las estructuras religiosas, algunas tradiciones- se enquistan con tanta fuerza que se tornan inamovibles, sagradas, fines en sí mismos. Y traen como consecuencia el desencuentro con el otro y, peor aún, una parodia de la relación con Dios, pues esas construcciones propias de la mente humana se adjudican a un mandato divino.
Esa re-presentación -pues tiende a ocultar verdades- suele devenir virulenta en su reafirmación, segregacionista, tajo que divide entre propios y ajenos, nosotros y los otros y enciende en forma perpetua su detector de herejes y enemigos. Aún cuando ese nosotros sea cada vez más pequeño, más reducido y excluyente.

El problema y dilema de aquellos tiempos primeros es también, bajo otras apariencias, el mismo hoy en día. La vara que solemos utilizar es relativa, es menor y la mayoría de las veces poco tiene que ver con la Buena Noticia. Todas las cosas -buenas y malas- se encuentran primero y ante todo enraizadas en las honduras de los corazones.

Jesús de Nazareth a una justicia distinta, una justicia mayor, y su símbolo perfecto es esa cruz en el que hace ofrenda total de su ser para que todos vivan.
Esa cruz tiene un madero que apunta hacia el cielo y dos brazos que se extiende horizontalmente hacia los lados, y paradójicamente, esa cruz sin uno de los brazos deja de ser tal. Podrá ser, tal vez, horroroso patíbulo pero nunca señal cierta de amor absoluto, de vida tenaz y eterna.

Una justicia que se dirige hacia arriba y hacia los lados, hacia Dios y hacia el prójimo, desde las profundidades del corazón y desde acciones concretas que nunca han de estar escindidas de esa interioridad. Por ello mismo, espiritualidad y ética van entrelazadas en cada instante de la existencia, en el proyecto de amor y bondad de Dios para toda la humanidad.

Hace una buena cantidad de años, un pueblo nuevo peregrinaba desde la esclavitud hacia la libertad prometida, hacia a vida. Ese pueblo fue bendecido con Ley y profecía, con la voluntad de Dios expresada para encaminar los pasos de todos hacia la plenitud.
Desgraciadamente, se fueron quedando en la fórmula y progresivamente olvidaron a Aquél que le daba sentido y sustento. En cierto modo, es lo mismo que la adhesión feroz a una doctrina con una carencia absoluta de amor y compromiso; ello dá lugar a fundamentalismos, opresiones y odios variopintos.

Jesús reinterpreta la historia de su pueblo, y quiere rescatar todo lo bueno y lo santo que su historia acarrea para llevarlo a su cúlmine,a un destino luminoso, a un horizonte de libertad y felicidad -que no otro es el destino de la humanidad signado por Dios-. 
Con Él, nuestra propuesta y nuestro desafío hoy es hacer carne, vida, respirar esa justicia, como José de Nazareth, como María de Nazareth, como tantos otros que supieron ajustar su voluntad a la voluntad de Dios, abandonando todo supuesto egoístamente minúsculo, el éxodo del yo hacia el nosotros.

Paz y Bien

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