San Juan , Apóstol y Evangelista
Para el día de hoy (27/12/19):
Evangelio según San Juan 20, 1-8
Los hechos brindados en el Evangelio para el día de hoy se desarrollan en la mañana e la Resurrección, y ello responde no solamente a una condición espacio-temporal. Se trata especialmente y ante todo de descubrir las coordenadas espirituales que están allí, al alcance de nuestros corazones.
Porque la comunidad que no tiene fé, invariablemente se sumerge en la noche del desánimo, del desconsuelo y de la muerte.
Pero esa noche cerrada ha de ceder paso a la mejor de las noticias y a la experiencia de la fé que se comparte, en donde se asume desde las raíces mismas de la existencia el asombro mayor de Cristo Resucitado, de tumba vacía, de signos mortuorios inútiles porque la vida nuevamente florece.
A pesar de ciertas ideologías de género -inevitablemente perniciosas-, a pesar de las a veces enormes diferencias entre los miembros de la comunidad o el carácter propio y distintivo de las diversas confesiones, aún cuando los roles y la personalización de los ministerios tenga colores puntuales y específicos, lo que cuenta, lo que verdaderamente decide todo destino y horizonte de unidad es la confesión común de fé en el Resucitado, el mismo que ha nacido en Belén como el más humilde de los bebés, el mismo que sostiene a Esteban en su martirio, el que se queda entre nosotros y a favor de toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.
En la comunidad eclesial que cree y empuja los amaneceres, las mujeres son escuchadas con atención, testigos primeras y evangelizadoras de todos. Otros llegan con mayor velocidad al puerto de la salvación que es Cristo vivo, mientras que otros tarden quizás un poco más, y haya que cederles el paso. Todos somos importantes, todos contamos, todos somos amados hasta el fin.
La comunidad cristiana es ese Discípulo Amado que se atreve a asumir en cada instante de su existencia el don y misterio de la fé, y la hace tiempo, historia, y la comunica a los demás. La alegría verdadera se expande cuando se comparte, el Niño de Belén está allí oculto en los mantos de la noche esperando calor, el mismo Cristo ha quebrado el cerco de la muerte y nos espera.
Paz y Bien
Porque la comunidad que no tiene fé, invariablemente se sumerge en la noche del desánimo, del desconsuelo y de la muerte.
Pero esa noche cerrada ha de ceder paso a la mejor de las noticias y a la experiencia de la fé que se comparte, en donde se asume desde las raíces mismas de la existencia el asombro mayor de Cristo Resucitado, de tumba vacía, de signos mortuorios inútiles porque la vida nuevamente florece.
A pesar de ciertas ideologías de género -inevitablemente perniciosas-, a pesar de las a veces enormes diferencias entre los miembros de la comunidad o el carácter propio y distintivo de las diversas confesiones, aún cuando los roles y la personalización de los ministerios tenga colores puntuales y específicos, lo que cuenta, lo que verdaderamente decide todo destino y horizonte de unidad es la confesión común de fé en el Resucitado, el mismo que ha nacido en Belén como el más humilde de los bebés, el mismo que sostiene a Esteban en su martirio, el que se queda entre nosotros y a favor de toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.
En la comunidad eclesial que cree y empuja los amaneceres, las mujeres son escuchadas con atención, testigos primeras y evangelizadoras de todos. Otros llegan con mayor velocidad al puerto de la salvación que es Cristo vivo, mientras que otros tarden quizás un poco más, y haya que cederles el paso. Todos somos importantes, todos contamos, todos somos amados hasta el fin.
La comunidad cristiana es ese Discípulo Amado que se atreve a asumir en cada instante de su existencia el don y misterio de la fé, y la hace tiempo, historia, y la comunica a los demás. La alegría verdadera se expande cuando se comparte, el Niño de Belén está allí oculto en los mantos de la noche esperando calor, el mismo Cristo ha quebrado el cerco de la muerte y nos espera.
Paz y Bien
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