Para el día de hoy (10/12/19):
Evangelio según San Mateo 11, 28-30
Para los oyentes del Señor, el yugo era un elemento conocido, casi cotidiano. Mediante ese pesado arnés de madera se uncían los bueyes -el animal de trabajo y potencia por excelencia- para doblegar su cerviz y hacer que anduvieran por el surco que labraban o por la ruta que debían seguir; de allí quizás el mote de bestia de carga, el animal que no piensa y que carece de iniciativa propia, sólo se limita a que lo lleven de aquí para allá según la utilidad del dueño.
En aquel tiempo, esas gentes padecían yugos que les imponían con dura crudeza. El yugo de una religiosidad severa, que se expandía en múltiples reglamentos sin corazón ni misericordia imposibles de cumplir, cierto modo de imperialismo espiritual, de sometimiento demoledor. Pero también debían afrontar a varios opresores: el yugo romano y el yugo de Herodes, sus impuestos intolerables, sus voces acalladas, su dignidad aplastada.
¿Cómo no iban a renacerles las esperanzas? El Maestro los invitaba a llevar su yugo leve y bondadoso, un yugo liberador, la señal decisiva del amor de un Dios que los busca, de un Dios que se desvive por su bien.
Ese yugo compromete la totalidad de la existencia. Nos volvemos libres para y no libres de. La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio, desde la humildad y la mansedumbre, una humildad que nos ubica en el plano de Cristo y, por ello mismo, en la realidad de nuestras existencias, humildad que no es sumisión sino más bien el vivir con la responsabilidad y el compromiso de las hijas y los hijos de Dios.
Maravillosa noticia para los que están agobiados, para los doblegados por todos los cansancios. Misión también para toda la Iglesia el servicio desde la mansedumbre, desde la humildad, desde la generosidad incondicional y sin estridencias.
Como un silencioso signo de esa vocación, nuestros sacerdotes utilizan la estola, tal vez símbolo también de ese yugo que sana, salva y libera.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario