Para el día de hoy (14/12/19):
Evangelio según San Mateo 17, 10-13
Los discípulos, que habían visto transfigurarse al Señor y conversar en la cima de ese monte con Moisés y con Elías, se preguntaban especialmente por este último. Mientras que Moisés representaba para el universo religioso de Israel la libertad que les otorgaba la observancia de la Ley, Elías era el profeta por excelencia, aquél mismo que había sido llevado a los cielos y que regresaría rodeado de fuegos espectaculares prefijando la inminente llegada del Mesías.
La misión de Elías no era menor: su cometido era el de la reconciliación entre padres e hijos, la restauración de la concordia, del arrepentimiento y del perdón, con el fin de que no campeara la maldición, y esta maldición no debe entenderse como un castigo divino.
Porque la auténtica maldición de pueblos y naciones acontece cuando se quebranta la familia, cuando desaparece el respeto, cuando no se cuida a los viejos, cuando rezuman rencores y escasean reconciliaciones.
Para Jesús de Nazareth no había que buscar ni esperar la espectacularidad: el profeta ya había regresado, y no se le había escuchado, no se le había prestado atención, y se lo maltrató sin conmiseración. A pesar de todo, la entereza cabal del Bautista es la señal cierta del tiempo maduro, del tiempo del Salvador.
Por ello quizás Adviento también sea tiempo de restauración de lazos quebrados, de sanar viejas heridas, de recuperar las ganas de cuidarnos y el humilde servicio de proteger a los que no pueden defenderse.
Eso es profecía, eso acelera el alba, eso es regalo y honra para el Niño Santo de nuestras alegrías.
Paz y Bien
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