Para el día de hoy (26/03/19):
Evangelio según San Mateo 18, 21-35
El diálogo entre Pedro y el Maestro es fecundo y revelador del modo en que sólo en su amistad y cercanía se nos abren las ventanas a la eternidad.
Pero Pedro es roca y también portavoz de sus hermanos, y por ello la pregunta refleja los cuestionamientos e inquietudes propias de la comunidad cristiana, quizás con mayor énfasis en cómo seguir perdonando a quienes de continuo buscan ofendernos o hacernos daño.
Para las tradiciones de Israel, el perdón se limita en tres ocasiones y referido siempre al prójimo en tanto par, nunca al extranjero, al impar, al gentil y, mucho menos, al enemigo. Pedro con mucha generosidad eleva ese caudal a siete veces, quizás por la grave influencia simbólica del siete en tanto expresión de lo divino, de la perfección. Por ello, en principio, Pedro parece abrirse camino hacia una nueva ética más amplia.
El Maestro afirma que, en realidad, debe perdonar setenta veces siete. No se trata de un factor multiplicador, sino más bien debe entenderse como setenta veces siempre, en la santa ilógica de la Gracia y la misericordia de Dios.
Pedro, aún cuando expresa un corazón más amplio que lo usual, persiste en los viejos esquemas: en el tiempo nuevo del Dios que se encarna, del Reino aquí y ahora no debe tabularse ni cuantificarse el perdón.
El perdón es razón y co-razón de los que han descubierto la asombrosa misericordia de Dios, las deudas impagables que han sido condonadas por pura bondad. Descubrir la misericordia en la propia existencia es un tesoro inmenso.
A través del perdón se desarman todas las terribles vorágines de venganza y retribución violenta, las dinámicas de negación del prójimo y nos acerca, salvando todos los abismos que nos separan. Setenta veces siempre.
Paz y Bien
Pero Pedro es roca y también portavoz de sus hermanos, y por ello la pregunta refleja los cuestionamientos e inquietudes propias de la comunidad cristiana, quizás con mayor énfasis en cómo seguir perdonando a quienes de continuo buscan ofendernos o hacernos daño.
Para las tradiciones de Israel, el perdón se limita en tres ocasiones y referido siempre al prójimo en tanto par, nunca al extranjero, al impar, al gentil y, mucho menos, al enemigo. Pedro con mucha generosidad eleva ese caudal a siete veces, quizás por la grave influencia simbólica del siete en tanto expresión de lo divino, de la perfección. Por ello, en principio, Pedro parece abrirse camino hacia una nueva ética más amplia.
El Maestro afirma que, en realidad, debe perdonar setenta veces siete. No se trata de un factor multiplicador, sino más bien debe entenderse como setenta veces siempre, en la santa ilógica de la Gracia y la misericordia de Dios.
Pedro, aún cuando expresa un corazón más amplio que lo usual, persiste en los viejos esquemas: en el tiempo nuevo del Dios que se encarna, del Reino aquí y ahora no debe tabularse ni cuantificarse el perdón.
El perdón es razón y co-razón de los que han descubierto la asombrosa misericordia de Dios, las deudas impagables que han sido condonadas por pura bondad. Descubrir la misericordia en la propia existencia es un tesoro inmenso.
A través del perdón se desarman todas las terribles vorágines de venganza y retribución violenta, las dinámicas de negación del prójimo y nos acerca, salvando todos los abismos que nos separan. Setenta veces siempre.
Paz y Bien
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