Con el corazón en Cristo, nuestro hermano fiel y Señor














Primer Domingo de Cuaresma 

Para el día de hoy (10/03/19):  

Evangelio según San Lucas 4, 1-13 










La cronología del Evangelio lucano indica que la peregrinación de Jesús de Nazareth al desierto ocurre inmediatamente después del Bautismo del Señor a orillas del Jordán por Juan el Bautista. 
Algunos exégetas sugieren que ello implica que Jesús era en sus comienzos discípulo del Bautista, de allí el andar por el desierto; otros, que reedita las experiencias de éxodo de su pueblo, cuarenta días que son simbólicamente los cuarenta años de duro peregrinar hacia la tierra prometida.
Sin embargo, aquí sólo mencionaremos lo más importante, y es que Jesús se dirige y se queda en el desierto guiado por el Espíritu de Dios.

El desierto es árido, de un calor tórrido y a veces insoportable durante el día, y de fríos bravos durante la noche. Es muy difícil sobrevivir tantos días allí en soledad, a menos que seas un beduino o un hombre acostumbrado a sus rigores.
Pero el desierto es también el ámbito propicio en donde se desvanecen las falsas seguridades, las comodidades inventadas, donde sale a la luz lo que verdaderamente se es al igual que sucede en todos los momentos críticos de la existencia. En el desierto se acrisolan vocaciones y sentimientos.

El Dios del universo ha asumido la condición humana en la pequeña Nazareth, merced a la confianza de la aún más pequeña María, llena de Gracia. Aquí en el desierto, asume nuestras debilidades, nuestra fragilidad manifiesta y tantas veces no reconocida, nuestras limitaciones, lo que nos hace vacilar por el miedo y por las dudas.
Es una humilde y definitiva expresión de solidaridad. Cristo es el hermano fiel de toda la humanidad, hermano que aún golpeado, aún sacudido por el duro gravamen de las tentaciones permanece firme, fiel al Reino del Padre y por ello fiel a sus hermanos de todo tiempo y lugar.

Porque el enemigo siempre intentará que busquemos la fácil, la solución individual, la solución egoísta y pasajera en donde el hambre se calma pero no se buscan ni se hallan las causas de ese hambre, la injusticia, antípoda cruel del amor de Dios. Tentación de satisfacer las necesidades de la superficie pero renegar de las más profundas, el hambre de Dios, de su Palabra.

Porque el enemigo ofrecerá las mieles del poder y del éxito, de las cabezas de los otros como escalones de ascenso, del dominio, de la opresión razonada. Pero este Cristo nada tiene que ver con las glorias mundanas ni, mucho menos, con los poderosos de la tierra.

Y el enemigo siempre andará buscando que la fé se convierta en un culto vano y sin corazón, un espectáculo ampuloso que en el fondo en nada cree, la genuflexión frente a las imágenes que convenientemente nos creamos. Pero el culto primero es la compasión y la misericordia palpitadas en lo cotidiano para mayor Gloria de Dios.

Por todo ello, cuando las tentaciones se hagan presentes, hemos de regresar al desierto, ese desierto que aparenta soledades pero que es plena comunión con Dios, con el Cristo que no nos abandona, que nos está recordando siempre hacia dónde hay que rumbear, dónde hay que poner el corazón, y no perder de vista lo realmente importante.

Paz y Bien

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