La eternidad se entreteje en lo cotidiano
















Para el día de hoy (29/03/19):  

Evangelio según San Marcos 12, 28b-34









El escriba que interpela a Jesús en esta ocasión es, si se permite la expresión, sapo de otro pozo. A diferencia de sus pares, se dirige a Jesús con hambre de verdad y revestido su corazón de honestidad, pues quizás sutilmente se rebele contra esa postura de sus congéneres de prejuzgarle, de la falacia constante, de buscar de continuo el error para hallar justificaciones condenatorias. Y esa honestidad y esa sinceridad, para el escriba y para todo creyente es el paso segundo de toda conversión.

Paso segundo porque el paso primordial es siempre el de Dios que sale en nuestra búsqueda, Padre misericordioso al rescate de los hijos extraviados.

Aún así, el buen escriba porta en su mente los estrechos paradigmas de una fé retributiva y aferrada a la observancia estricta de normas y preceptos. Por eso mismo, no está inquiriendo cuál es el primero de los mandamientos dentro de una escala descendiente, sino más bien dentro de la Ley de Moisés, cuál es la Ley de leyes, cual es el precepto que es clave para todo los demás.
Esto debe entenderse en el horizonte de la religiosidad de la época: la Ley judía engloba seiscientos trece mandamientos, trescientos sesenta y cinco -uno por cada día del año- de carácter prohibitivo o negativo y doscientos cuarenta y ocho -uno por cada hueso del cuerpo- de carácter permisivo o positivo. En medio de ese cúmulo de normas, es dable suponer que todos los escribas se sientan inclinados a buscar al que encabeza y sustenta al resto, para así obedecer la Ley con la mayor exactitud posible.

La respuesta de Jesús no se hace esperar, y se dirige al núcleo mismo de la fé de Israel: Shema Ysrael, Escucha Israel, ama a Dios por sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu, con todas las fuerzas.
Pero aquí comienzan las sorpresas: ese mandamiento primordial tiene dos facetas inseparables, que son el amor a Dios y el amor al prójimo.

Como los maderos de la cruz, la mirada hacia el cielo ha de estar indisolublemente unida al abrazo a quien está a nuestro lado. Una sin la otra deja de ser fé, convirtiéndose en teísmo o en una ideología laica sin trascendencia.

Y sobre todo, detenernos a pensar quién ese prójimo. Si es el igual, el cercano, el par, o es aquél hermano al que salgo a buscar.

El buen escriba desde su honestidad asiente sin vacilaciones. El culto primordial es el amor a Dios y el amor al prójimo.

Está muy cerca del Reino, muy cerca.
Sin embargo, a pesar de todo, aún está muy lejos. Le queda un largo trecho cordial por recorrer, pues -como todos- debe arribar a la tierra prometida de la Gracia de Dios, tiempo de Salvación, de eternidad entretejida en lo cotidiano, de desbordante amor de Dios que se brinda sin condiciones a toda la humanidad.

Paz y Bien

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