Escuchar y confiar con encarnada y activa esperanza, en clave de Resurrección


















Domingo 2° de Cuaresma 

Para el día de hoy (17/03/19):  

Evangelio según San Lucas 9, 28b-36








Hay detalles a los que es menester prestarle especial atención, y por ello, cuando en las Escrituras se nos advierte que una escena determinada acontece en las alturas de un monte o en una montaña, redoblemos los esfuerzos. En la montaña -en las alturas- siempre hay revelación, epifanías, abierta manifestación de Dios al hombre.

En la lectura de este Domingo pasa precisamente ello. 

El Maestro conduce a algunos de los suyos a lo alto de un monte; son los hermanos Juan y Santiago y Simón Pedro. La elección de ellos tres no es casual ni azarosa. Tal vez tenga que ver que ellos -junto a Andrés- forman parte del núcleo inicial de discípulos, pero también a que representan, dentro del colegio apostólico, a aquellos en los que persisten los viejos esquemas y les cuesta tanto convertirse a la Buena Noticia. Juan y Santiago son llamados los hijos del trueno, terribles a la hora de querer aplastar disidencias gentiles, y Pedro con su tozudez que intenta hacer cambiar el rumbo al mismo Cristo, obcecado en lo antiguo.
Desde esa perspectiva podemos contemplar la paciencia del Maestro para con sus yerros y su visión cordialmente miope, la misma paciencia que tiene para con nuestras mezquindades.

El se transfigura en las alturas del monte. Sus vestidos se vuelven de un blanco único, imposible de reproducir en este mundo, señal inequívoca de la presencia de Dios. Solemos darlo por sentado, pero es imprescindible orar y contemplar cada día que Jesús es Dios y Dios es Jesús.

Junto al Maestro, aparecen conversando con Él Moisés y Elías. La Ley y los Profetas se subordinan y encuentran significado pleno en Cristo.
Pero hay más, siempre hay más, el Evangelio es manantial inagotable de vida. Moisés es quien conduce a su pueblo a la libertad, lejos de la opresión por el amor inclaudicable de su Dios. Elías es arrebatado de las garras de la muerte, y las tradiciones indican que su regreso marcará el inicio de los tiempos mesiánicos.
Elías y Moisés, Moisés y Elías junto a Cristo son señales ciertas que Jesús de Nazareth es el Mesías que trae vida y liberación para su pueblo.

A veces hay que callar, escuchar, contemplar. No siempre la pura praxis es dable ni es buena. Algo de ello le sucede a Pedro en su afán de edificar tres chozas allí, que perpetúen el instante y el ambiente; seguramente, se aferra a las tradiciones de la fiesta de los Tabernáculos. No obstante ello, expresa el afán de apropiarse del momento, de prolongar cerradamente el instante olvidando que la misión exige volver al llano, allí donde campean las sombras, desertores de vanas comodidades confortables.
Como sea, Pedro se equivoca, y su monólogo sin destino es interrumpido por la voz de Dios, bendita y santa interrupción que concita la atención en lo que verdaderamente cuenta e importa: hay que escuchar siempre al Hijo, y por ese Hijo todos nos descubrimos y reconocemos hijos amados del Creador, Dios Abbá de nuestras esperanzas.

A pesar de los temores, es menester desandar todos los miedos y confiar. Cuando se vayan Moisés y Elías, cuando se disuelvan los momentos, cuando asomen algunas nubes todo pasará. Sólo Cristo permanece.

Escuchar y confiar con encarnada y activa esperanza, en clave de Resurrección.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba