Para el día de hoy (22/03/19):
Evangelio según San Mateo 21, 33-46
El tenor de la parábola es conminatorio, y hará soltar las furias de los dirigentes religiosos de su tiempo. Esos hombres se sienten insultados, aunque sólo les ha dicho la verdad; quizás lo peor de todo es que ha quedado en evidencia su infidelidad, y que usurpan sitios y prebendas en provecho propio argumentando que lo hacen en nombre de Dios.
Para los oyentes del Maestro, la escena era perfectamente comprensible. En aquellos tiempos, la propiedad de la tierra rural de labranza y cultivo se concentraba en unos pocos hacendados o terratenientes que solían vivir en el extranjero, lejos de allí, y que arrendaban la tierra tomando por pago parte de los frutos de la tierra a la hora de las cosechas.
Por ello es que la parábola sigue la línea literaria alegórica: no podemos ser tan literales de imaginar a un Dios opulento que se vale de los esfuerzos de muchos en provecho propio.
Pero Dios es el Dueño de la viña. Aún así, asombrosamente, es un Dios pobre, pues ha enviado a numerosos mensajeros -los profetas-, que fueron rechazados con violencia y muerte. Finalmente envía a su propio Hijo, lo más valioso de sí mismo, pues ha agotado todo lo cercano.
Un Dios tenaz que a pesar de todas las miserias, los quebrantos, nos sigue buscando.
Tanto los dirigentes religiosos de su tiempo como muchos de nosotros actuamos como si Dios estuviera ausente, o peor aún, como si su viña nos perteneciera. Pero somos labradores de los que se espera buenas cosechas, frutos santos.
La ausencia de Dios, antes que lejanía o distancia es confianza. La viña -la vida- en nuestras manos no es abandono sino una confianza infinita, una cuestión de amor.
Es menester edificar con el Hijo para que nada se derrumbe.
Paz y Bien
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