Para el día de hoy (22/06/18):
Evangelio según San Mateo 6, 19-23
Jesús detestaba la pasión por las riquezas. Sabía bien que más temprano que tarde el alma se partía, y uno se volvía esclavo de un ídolo falso y cruel, y por ello sólo hay dos opciones taxativas: o Dios o el dinero. Sabía también que causante de desencuentros, de violencias y sobre todo, de injusticias, es la fiebre por el dinero, por las cosas.
La clave, quizás, pase por donde ponemos el alma, o mejor, hacia donde orientamos el corazón. Cuál es nuestro absoluto, nuestro valor mayor.
Porque no es aventurado afirmar que tras cualquier materialismo, de cualquier signo ideológico, se esconden sacrificios humanos. Ello debería causarnos el suficiente espanto para la reflexión y la conversión, pero aún así persistimos. Porque en el altar del dinero y las cosas, se sacrifica al prójimo.
Si el corazón está en las cosas, en lo que perece, no hay destino ni futuro. El pueblo a veces sabe afirmar con certeza que nada nos llevaremos, que al momento de la partida lo que se ha acumulado sin límites queda atrás.
Pero peor aún es denostar tácitamente la mano tendida que se nos ofrece de continuo, los brotes santos de la gracia. Porque lo único que en verdad permanece y no desaparece es el amor de Dios, Dios mismo entre nosotros y en nosotros.
Los tesoros en el cielo expresan vidas que tienen a Dios por horizonte y por realidad cotidiana, tesoros que se acrecientan en una asombrosa desproporción con lo que se ofrece a los demás de modo generoso, incondicional y fraterno, Cristos que se multiplican en los discípulos como rocío bondadoso del Evangelio.
Los tesoros en el cielo a menudo se forman a partir de humildes moneditas de compasión, de gestos corteses, de la escucha del hermano, de socorro, de honestidad, de transparencia, de gratitud y mansedumbre.
Paz y Bien
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