Para el día de hoy (28/06/18):
Evangelio según San Mateo 7, 21-29
Jesús de Nazareth enseñaba y revelaba las cosas de Dios a partir de circunstancias del acontecer diario. Es una capacidad que quizás hemos dejado en el olvido, el dialogar con la mujer y el hombre de hoy desde las cosas que saben y conocen, y que los oyentes y discípulos del Maestro recibían con alegría y gratitud.
Pero allí hay un significado mucho más profundo, y es que el Dios de Jesús de Nazareth se deja encontrar en el hoy, en el día a día, aquí y ahora.
Esas gentes entendían bien lo que el Maestro les planteaba: en la Palestina del siglo I las casas se edificaban con algunos adobes, barro, piedras -abundantes en la zona-, techos de paja y tal vez mezclas de arcilla y arena como fulminante para pegar ladrillos y bloques. Los cimientos hechos con rocas probablemente podrían encontrarse en las casas de las familias pudientes pues contrataban a maestros constructores; más no eran infrecuentes entre los pobres, por la abundancia de rocas. La diferentes rocas por cimiento brindaban una estabilidad incoercible, fundamento sin vacilaciones potenciales a pesar de todo el devenir del tiempo.
Pero también en la memoria de ese pueblo refulgía la imagen de su Dios como roca firme de la vida.
La casa existencia permanece firme y consistente cuando se afirma en Cristo, roca fiel de nuestra Salvación que encontramos por la fé en la Palabra y en los sacramentos, signos sensibles y eficaces de la Gracia.
Más aún, la firmeza de la vida no se define por replicar con exactitud preceptos y normas, sino antes bien compartir en todo la vida de Jesús de Nazareth.
Ello trae frutos, y por esos frutos -humildes y silenciosos- esta casa amplía su capacidad de albergar al hermano en los ámbitos del corazón.
Paz y Bien
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