Para el día de hoy (05/06/18):
Evangelio según San Marcos 12, 13-17
A través de mucho tiempo se han planteado diversas aseveraciones partiendo de la reflexión de este Evangelio, y es la licitud, por parte de los cristianos, del pago de los impuestos, del cumplimiento de sus obligaciones civiles. Ello no está mal, claro está, pero quizás se trate de una lectura parcial, convenientemente adecuada a circunstancias históricas, en donde se deja de lado la postura de Jesús de Nazareth respecto del dinero y del poder.
En los tiempos del ministerio del Maestro, la Palestina ocupada por Roma desde el año 63 A.C. -Judea, Galilea, Transjordania y varios territorios más- debían pagar al Imperio dos tipos de tributos. Por un lado los impuestos directos, y entre ellos el llamado tributum soli que estaba referido a las propiedades y el tributum capiti que refería a la fuerza laboral y se fundamentaba en la cantidad de vasallos que habitaban esas tierras; así entonces el censo realizado cerca del nacimiento de Jesús era de capital importancia, pues sus resultados incidirían sobre la recaudación imperial.
También había impuestos indirectos, que se referían a las transacciones comerciales, al uso de lo público, al ejercicio de artes y oficios.
Ninguno de estos datos es menor: allí estaban estacionadas dos legiones que aplastarían mediante la fuerza cualquier levantamiento, pero que también garantizaban -mediante su ominosa presencia- que los impuestos se cobraran con exactitud y regularidad: el no pago del tributo era considerado una subversión imperdonable que se castigaba con la muerte. Es lógico: sin impuestos cobrados en los territorios sometidos, el César no podía sostener de ninguna manera la fuerza militar de las legiones que, a su vez, sustentaban y ampliaban el dominio imperial.
La pregunta que le hacen al Maestro no tienen ningún viso de inocencia: sus interpeladores saben bien que, por un lado, si Jesús asegura que es lícito pagar los tributos será despreciado por ese pobrerío que lo escucha con atención y esperanza, un pobrerío agobiado por esas cargas. Y también saben que si reniega del pago, el pretor romano se encargará de hacer lo que ellos intentan y no se atreven, y es suprimirlo por la fuerza como un delincuente peligroso.
Parece un problema sin solución, pero Jesús hace gala de una astucia campesina que a menudo podemos intuir entre nuestra gente. El simple gesto de pedir un denario tributable es signo de que Él no los posee, ni que los denarios son cosas de Él.
Porque la pregunta es un silogismo tramposo y erróneo: la discusión de fondo es acerca del dinero y del poder.
Las cosas del Cesar son el dinero y las cosas que el dinero puede comprar, la fuerza opresiva, la violencia, la explotación, el poder sin límites que sojuzga personas y tierras, la divinización del que domina, la esclavitud de millones, el culto al dios mercado.
De Dios son las cosas que no se pueden comprar nunca, la solidaridad, la fraternidad, la compasión, el socorro y, por sobre todo, el poder entendido como servicio.
Nos queda saber en nuestras cotidianeidades a quienes rendimos tributo y de qué modo estructuramos el culto.
Paz y Bien
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