Inmaculado Corazón de María: el rostro materno de Dios















Inmaculado Corazón de María

Para el día de hoy (09/06/18)
 
Evangelio según San Lucas 2, 41-51






La caravana de amigos y parientes nazarenos se encaminaba a Jerusalem: como todos los años, a presentarse en el Templo -centro de la fé y del espíritu nacional- para el tiempo de la Pascua.

Nos cuenta el Evangelista San Lucas un dato que no debemos pasar por alto: en esa ocasión, subían a la Ciudad Santa con el Jesús Niño, subrayando de antemano que cumplía doce años.
Esos doce años son una clave importante: es la edad en que todo judío varón pasa a ser considerado miembro pleno del pueblo de Israel, con todos los derechos y todas las obligaciones que ello suponía. Es lo que conocemos como Bar Mitzvah -literalmente "hijo del precepto"-.

Si nos detenemos por un momento, y vemos los hechos por sí mismos, sin interpretación ni reflexión, descubrimos que al igual que María y que José de Nazareth, Jesús es un judío observante de las tradiciones y de las normas religiosas del Pueblo Elegido -especialmente deberían entenderlo aquellos hermanos nuestros a los que les place denostar y hasta odiar a nuestros hermanos mayores judíos-.

Por ello, quizás, debamos descubrir que Jesús no comienza su misión ya adulto; desde una edad temprana -a los doce años- se asume como hombre y, como tal, comienza a recorrer su propio camino y crece en la comprensión de su sendero de Salvación.
Es tal su compromiso que olvida a María, a José, a parientes y amigos y se queda en el Templo, en medio de los doctores y exégetas de la Ley, escuchando su enseñanza y a la vez, formulando preguntas.

María y José no advierten su ausencia hasta un día después de haber partido: es muy probable que confiaran que Jesús se encontrara en la extensa y nutrida caravana junto a algún amigo o con alguno de sus muchos parientes. Por eso abandonan la caravana, y regresan a Jerusalem en su busca.

Cuando un hijo se pierde, no hay excusas ni demoras para un corazón de Madre cargado de angustias.

Y lo encuentran, y se maravillan y asombran al ver a ese Hijo justamente allí, hablando de igual a igual con tan doctos hombres.

Y allí, en la ternura de María se revela el rostro materno de Dios, ese Padre que tiene un corazón de Madre.

A ese Hijo que creían perdido, y a todas las hijas e hijos perdidos de toda la historia y especialmente de nuestro presente, María le dice desde su Puro Corazón: -Piensa que tu Padre y yo te buscábamos angustiados-

Allí está una maravillosa resonancia de ese Corazón Sagrado y Misericordioso que nos muestra el Maestro.
Ella, pequeña y joven muchacha y madre judía, no es un sujeto pasivo en el plan de Salvación.

Ella activamente, personalmente, corre presurosa en la búsqueda de los hijos perdidos, con su corazón angustiado hasta que no los encuentra, y lleva con Ella la preocupación misma del Dios de la Vida.

Nos hemos acostumbrado -quizás en demasía- a coronar, vestir con joyas y erguir en su honor magníficas construcciones... Habría que preguntarse si ese mismo afecto que de ese modo le queremos expresar no lo hacemos vida en lo cotidiano.
Porque la mejor honra a esa Mujer y Madre es vivir con su fidelidad, su presteza en salir en la búsqueda del que se ha perdido y muy especialmente, vivir con Ella y como Ella el espíritu del Magnificat, cantando con alegría incontenible a ese Dios que se ha puesto abiertamente del lado de los pobres y los humildes, que derriba a los poderosos de sus tronos, que dispersa a los soberbios, que siempre auxilia a su Pueblo porque es Amor que se traduce Misericordia.

En el mundo, hay demasiadas personas que están a la deriva, perdidos de la vida, apenas atados con un mínimo hilo de supervivencia.
Es misión nuestra -porque es misión de Jesús que nosotros actualizamos- salir en su búsqueda y dar aviso.

Hay que dar aviso no con palabras gradilocuentes, sino con silenciosos e incansables servicios.
Vamos con Ella, descalzos, pero con el alma nutrida por el Espíritu de Aquél que no quiere que ninguno de sus hijas e hijos se pierdan, sin importar condición, origen ni religión.

La Buena Noticia no puede detenerse y no tiene límites.

Paz y Bien

1 comentarios:

Anónimo dijo...
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