San Bernabé, apóstol
Para el día de hoy (11/06/18):
Evangelio según San Mateo 4, 25-5, 12
La cuestión de la felicidad -el qué y el cómo- probablemente sea el interrogante común y primordial de todos los hombres, en todos los pueblos y en todos los tiempos. Por supuesto, cada época lo expresa a su manera, con sus pautas culturales y también establece los sucedáneos, las cosas ligeras y difusas, los espejismos condicionales que la suplen, a menudo manipulados por poderosos sin escrúpulos.
Pero cuando la felicidad no está presente y es sólo una abstracta referencia sin tiempo, las existencias devienen vacías, carentes de sentido. Cuando la felicidad no se concreta, suele acontecer el fracaso de la vida, el vacío sin retorno.
Las recetas -y las ofertas- son nutridas, pero hay algo que no funciona. Se multiplican las instrucciones, pero en verdad la carencia de eficacia es demoledora. Las gentes pasan por la vida como si nada, una mota de polvo librada a los caprichos de los vientos epocales y nada más.
Jesús de Nazareth, conocedor como pocos del corazón humano, lo sabía bien. Allí en el monte, rodeado de sus discípulos y de una multitud ansiosa de verdad, en la Galilea de la periferia, en la provincia judía del imperio romano y en el siglo I de nuestra era, el Maestro ofrece y regala un mapa de buen viaje para todos los hombres de todos los tiempos, el sueño eterno del Padre Dios para que todas sus hijas e hijos sean felices, plenos, eternos.
Así las bienaventuranzas son universales. Pero no todos pueden ser contenidos en ellas, pues no todos se atreven a beber del cáliz que ellas proponen, de romper con el mundo para que el mundo se santifique, de morir por el otro para ganar la vida.
Porque el Dios de Jesús de Nazareth se inclina abiertamente por los pobres, los pequeños, los humildes. No permanece ajeno ni neutral, y entona sonrisas magníficas cuando los suyos se empeñan en edificar la paz, restaurar el derecho y encarnar la justicia.
Que el Dios Abbá nos limpie los corazones para poder descubrir su rostro en los ojos del hermano, del caído, del prójimo al que nos acercamos.
Paz y Bien
Pero cuando la felicidad no está presente y es sólo una abstracta referencia sin tiempo, las existencias devienen vacías, carentes de sentido. Cuando la felicidad no se concreta, suele acontecer el fracaso de la vida, el vacío sin retorno.
Las recetas -y las ofertas- son nutridas, pero hay algo que no funciona. Se multiplican las instrucciones, pero en verdad la carencia de eficacia es demoledora. Las gentes pasan por la vida como si nada, una mota de polvo librada a los caprichos de los vientos epocales y nada más.
Jesús de Nazareth, conocedor como pocos del corazón humano, lo sabía bien. Allí en el monte, rodeado de sus discípulos y de una multitud ansiosa de verdad, en la Galilea de la periferia, en la provincia judía del imperio romano y en el siglo I de nuestra era, el Maestro ofrece y regala un mapa de buen viaje para todos los hombres de todos los tiempos, el sueño eterno del Padre Dios para que todas sus hijas e hijos sean felices, plenos, eternos.
Así las bienaventuranzas son universales. Pero no todos pueden ser contenidos en ellas, pues no todos se atreven a beber del cáliz que ellas proponen, de romper con el mundo para que el mundo se santifique, de morir por el otro para ganar la vida.
Porque el Dios de Jesús de Nazareth se inclina abiertamente por los pobres, los pequeños, los humildes. No permanece ajeno ni neutral, y entona sonrisas magníficas cuando los suyos se empeñan en edificar la paz, restaurar el derecho y encarnar la justicia.
Que el Dios Abbá nos limpie los corazones para poder descubrir su rostro en los ojos del hermano, del caído, del prójimo al que nos acercamos.
Paz y Bien
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