Para el día de hoy (23/02/18):
Evangelio según San Mateo 5, 20-26
Seguir a Jesús, ser su discípulo no es nada fácil. Entraña exigencias y condiciones que no están predeterminadas: en la ilógica del Reino, tienen su fundamento en el amor primero de Dios, y en la ofrenda total que hace el Maestro de su propia existencia. Pide porque, ante todo, se ha brindado sin reservarse nada para sí.
En esa aparente paradoja, ser discípulo implica todo un compromiso antes que la adquisición de prebendas y derechos, la responsabilidad de ser testigo fiel de la bondad de Dios descubierta en la propia vida, el sumergirse corazón adentro para reconocer qué es lo que nos va socavando, qué es lo que se nos muere, qué es aquello que debe modificarse o quitarse, pues en esas honduras se encuentran las raíces mismas de todo lo que hacemos y todo lo que somos.
De allí el mandato de superar la justicia de escribas y fariseos. Es un éxodo, y como tal es doloroso, trabajoso pero infinitamente necesario para nuestra liberación, sueño y ofrenda de ese Dios que se desvive por nosotros.
Pues escribas y fariseos era hombres profundamente religiosos, puntillosos en el cumplimiento de las normas, la ortodoxia y exactos en la piedad. El error es suponer que ese cumplimiento superficial de normas acumula beneficios santos que ameritan recompensas y premiaciones divinas. En esa concepción no hay corazones transformados -hay un interés manifiesto-, hay egoísmo, y por sobre todo, hay una negación expresa de la Gracia, del amor incondicional del Creador.
Así entonces no se permite a Dios ser Dios, sino que se porta y se rinde culto a una caricatura o un ídolo que se adecua a necesidades egoístas y banales.
De este perentorio llamado a la conversión no está desligado el prójimo. Por el contrario, toda relación con Dios se refleja en la relación con el otro; pero es el tiempo de la Buena Noticia, de Dios Familia, y ese otro no es una abstracto ni una generalización. El otro es concreto, el otro es mi hermano aún cuando no nos coincida la biología.
Deber santo es que el hermano viva, y viva en plenitud. Enojos e iras, insultos y maldiciones son modos -a veces no tan sutiles- de negar la fraternidad, de sacrificar al prójimo en el ara del materialismo, del homicidio espiritualmente concreto del hermano.
No corresponde tampoco la extrapolación hasta el absurdo que implica renegar del culto y la piedad. Sin embargo, todo comienza y adquiere sentido desde la misericordia que se respira incondicionalmente. Porque a Dios se le rinde culto en el hermano, y por eso el culto primero es la compasión, el escándalo de la solidaridad que no deja nada pendiente, deudas a saldar que lesionan las almas.
Celebramos a Dios celebrando la vida, y la vida no se celebra individualmente, a solas, sino con el otro, cuando crece el nosotros, cuando la comunión abre paso a la fraternidad y así obtenemos canastas santas desbordantes de justicia, perdón y paz.
Paz y Bien
En esa aparente paradoja, ser discípulo implica todo un compromiso antes que la adquisición de prebendas y derechos, la responsabilidad de ser testigo fiel de la bondad de Dios descubierta en la propia vida, el sumergirse corazón adentro para reconocer qué es lo que nos va socavando, qué es lo que se nos muere, qué es aquello que debe modificarse o quitarse, pues en esas honduras se encuentran las raíces mismas de todo lo que hacemos y todo lo que somos.
De allí el mandato de superar la justicia de escribas y fariseos. Es un éxodo, y como tal es doloroso, trabajoso pero infinitamente necesario para nuestra liberación, sueño y ofrenda de ese Dios que se desvive por nosotros.
Pues escribas y fariseos era hombres profundamente religiosos, puntillosos en el cumplimiento de las normas, la ortodoxia y exactos en la piedad. El error es suponer que ese cumplimiento superficial de normas acumula beneficios santos que ameritan recompensas y premiaciones divinas. En esa concepción no hay corazones transformados -hay un interés manifiesto-, hay egoísmo, y por sobre todo, hay una negación expresa de la Gracia, del amor incondicional del Creador.
Así entonces no se permite a Dios ser Dios, sino que se porta y se rinde culto a una caricatura o un ídolo que se adecua a necesidades egoístas y banales.
De este perentorio llamado a la conversión no está desligado el prójimo. Por el contrario, toda relación con Dios se refleja en la relación con el otro; pero es el tiempo de la Buena Noticia, de Dios Familia, y ese otro no es una abstracto ni una generalización. El otro es concreto, el otro es mi hermano aún cuando no nos coincida la biología.
Deber santo es que el hermano viva, y viva en plenitud. Enojos e iras, insultos y maldiciones son modos -a veces no tan sutiles- de negar la fraternidad, de sacrificar al prójimo en el ara del materialismo, del homicidio espiritualmente concreto del hermano.
No corresponde tampoco la extrapolación hasta el absurdo que implica renegar del culto y la piedad. Sin embargo, todo comienza y adquiere sentido desde la misericordia que se respira incondicionalmente. Porque a Dios se le rinde culto en el hermano, y por eso el culto primero es la compasión, el escándalo de la solidaridad que no deja nada pendiente, deudas a saldar que lesionan las almas.
Celebramos a Dios celebrando la vida, y la vida no se celebra individualmente, a solas, sino con el otro, cuando crece el nosotros, cuando la comunión abre paso a la fraternidad y así obtenemos canastas santas desbordantes de justicia, perdón y paz.
Paz y Bien
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