Miércoles de Ceniza
Para el día de hoy (14/02/18):
Evangelio según San Mateo 6, 1-6.16-18
El Miércoles de Ceniza marca el comienzo del tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, de penitencia, de regreso a Dios.
Y tiene una característica que no debe pasarnos inadvertida: es el momento ideal para la ruptura de la rutina, para alterar la perniciosa rítmica del acostumbramiento. Porque por miedos, por mecanismos psicológicos de autodefensa o por comodidades, nos vamos acostumbrando a lo inhumano, a aquello que degrada la dignidad de las hijas e hijos de Dios -toda la humanidad-, y nos volvemos fervorosos cultores de la indiferencia.
En todo este camino, al principio y en el horizonte de cruz y resurrección, la voz de Dios nos sigue llamando y convocando al regreso. Porque en estos recodos mundanos nos vamos extraviando, y tratamos de escondernos.
La cruz que se nos comienza a asomar tiene dos brazos, dos maderos cruzados y ligados indisolublemente. Un brazo que apunta hacia lo alto y que, a su vez, sostiene al barral que señala horizontalmente a los lados, a los hermanos.
Volver a Dios es volver al hermano, reencontrarnos con el que no hablamos o estamos enemistados, pero especialmente respirar misericordia en su sentido primigenio.
Porque misericordia significa poner el corazón en la miseria, en el sufrimiento del otro, la compasión para con el olvidado, el rescate del cautivo, el socorro al oprimido, el auxilio al que está caído.
Por eso ayunamos en silencio, no como una cuestión de amores rituales, sino como el culto verdadero que es esa misma misericordia expresada en solidaridad. Nos privamos de alimentos para que algún hermano no pase hambre, nos vaciamos de aquello que es lastre, que no sirve, que es contrario y ajeno a nuestro destino de eternidad.
Llevamos una humilde señal de cenizas en nuestras frentes que nos incita a la conversión, a ese regreso añorado amorosamente por el Dios de la vida.
Que en esta Cuaresma esa señal del amor mayor se nos grabe corazón adentro.
Paz y Bien
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