Domingo 5° durante el año
Para el día de hoy (04/02/18):
Evangelio según San Marcos 1, 29-39
A menudo perdemos de vista un distingo importantísimo: gran parte de la vida de las primeras comunidades cristianas y el ministerio del Señor transcurría en los hogares. Ello se debía, en parte, a cierto cariz clandestino por persecuciones y por las anatemas sinagogales.
Pero más allá de esas circunstancias, hay más. Siempre hay más, la Palabra vive y palpita, y al calor del afecto hogareño resplandece el rostro de un Dios que es amor y es familia. Por eso el Maestro radica su hogar allí en donde sus amigos lo reciben con corazón fraterno.
Al adentrarnos en la lectura del día, llama la atención la premura en comunicarle al Maestro la enfermedad de la suegra de Pedro, y que Él no pone excusas ni se demora en el socorro, quizás recordándonos que jamás se debe posponer el auxilio al que sufre.
Es la suegra de Pedro, y no es difícil inferir que es mujer, anciana y doliente de una enfermedad, unas fiebres que la mantienen postrada.
Ciertas prescripciones religiosas de pureza/impureza de aquellos tiempos impedían tener contacto físico con un enfermo, y menos si ese enfermo es una mujer;no es necesario ahondar demasiado al contemplar la soledad de esa mujer y su fragilidad, enferma en su ancianidad.
Ciertas fiebres persisten, claro está, a pesar de los notables avances en las ciencias médicas. Fiebres del desamparo y el abandono que demuelen.
Fiebres de la humanidad descartada que postra. Fiebres del no, del nunca, del no se puede.
El Maestro se acerca, la toma de la mano y la hace levantar, y en ese gesto quebranta varias rígidas normas.
Pero no hay imposición, y hay allí más de un milagro que la salud restablecida.
Milagro de misericordia el acercarse, el tomar su mano con respeto y ternura, reconociéndola como igual, poniendo de pié su humanidad herida.
Ella ya está bien, y se pone a servirles. No se trata solamente de una acotada función hogareña: es el asombroso paso cordial de la servidumbre al servicio, de la muerte a la vida que se expande en koinonía.
Por la tarde al caer el sol, multitudes llevaban a sus dolientes a su presencia para que Él los cure. La ocasión no es fortuita: es la hora permitida, pues ha finalizado la rigidez del Shabbath al aparecerse la primera estrella, estrella de esperanza.
En todas las noches, resplandece la estrella de salvación de Cristo cuando nos acercamos al hermano caído con un corazón humildemente servicial y fraterno.
Paz y Bien
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