Para el día de hoy (24/02/18):
Evangelio según San Mateo 5, 43-48
El mandato de Jesús de Nazareth de amar a los enemigos quizás sea, de toda su enseñanza, el más difícil de hacer vida, de encarnarlo en el tiempo.
Es claro que a la hora de las declamaciones, es fácil embarcarse en ampulosos discursos teñidos de romanticismo algunas veces, y de autojustificaciones otras. Pero en lo profundo de nuestros corazones sabemos que la verdad es bien distinta, y que amar al que nos hace daño y desea fervientemente nuestro mal no es para nada fácil e implica una decisión extrema que nos resulta demasiado costosa a nuestros planteos. Como un ejemplo de ello, el ámbito de la violencia que se infringe o, también, el compromiso nacional cuando se tiene la obligación de participar en una guerra, aún cuando ésta implique la justicia y la liberación, no dejan lugar a dudas, y es que el Reino no anda por las mismas veredas que nosotros.
Así podemos encontrarnos con un mundo organizado en tanto sociedad comercial, en donde sus participantes se asocian, colaboran y entre sí alcanzan el éxito económico, pero es un mundo para beneficio de pocos y miseria de muchos.
Podemos hallar también el mundo de los que buscan con afán hacer triunfar su proyecto ideológico no sólo en su ámbito sino con proyecciones totales, en donde su núcleo primordial siempre se protege a sí mismo y tiene el rótulo prebendario y protector de la pertenencia.
También podemos encontrar el mundo religioso, ése mismo que combina pertenencia nacional y religiosa para asegurar instauración de su universo de creencias, y en donde el participar de ese credo asegura, de algún modo, la asistencia y protección de los otros participantes.
Así son a grandes rasgos los diversos mundos posibles que pueden combinarse entre sí, y que acentúan algunos de sus rasgos a través de los tiempos, pero todos ellos tienen algo en común, y es que se agotan en sí mismos, reafirmando el nosotros y execrando el ellos.
El Reino, en estas verdades, surge como otra alternativa a menudo impracticable.
Es claro que a la hora de las declamaciones, es fácil embarcarse en ampulosos discursos teñidos de romanticismo algunas veces, y de autojustificaciones otras. Pero en lo profundo de nuestros corazones sabemos que la verdad es bien distinta, y que amar al que nos hace daño y desea fervientemente nuestro mal no es para nada fácil e implica una decisión extrema que nos resulta demasiado costosa a nuestros planteos. Como un ejemplo de ello, el ámbito de la violencia que se infringe o, también, el compromiso nacional cuando se tiene la obligación de participar en una guerra, aún cuando ésta implique la justicia y la liberación, no dejan lugar a dudas, y es que el Reino no anda por las mismas veredas que nosotros.
Así podemos encontrarnos con un mundo organizado en tanto sociedad comercial, en donde sus participantes se asocian, colaboran y entre sí alcanzan el éxito económico, pero es un mundo para beneficio de pocos y miseria de muchos.
Podemos hallar también el mundo de los que buscan con afán hacer triunfar su proyecto ideológico no sólo en su ámbito sino con proyecciones totales, en donde su núcleo primordial siempre se protege a sí mismo y tiene el rótulo prebendario y protector de la pertenencia.
También podemos encontrar el mundo religioso, ése mismo que combina pertenencia nacional y religiosa para asegurar instauración de su universo de creencias, y en donde el participar de ese credo asegura, de algún modo, la asistencia y protección de los otros participantes.
Así son a grandes rasgos los diversos mundos posibles que pueden combinarse entre sí, y que acentúan algunos de sus rasgos a través de los tiempos, pero todos ellos tienen algo en común, y es que se agotan en sí mismos, reafirmando el nosotros y execrando el ellos.
El Reino, en estas verdades, surge como otra alternativa a menudo impracticable.
Sin embargo, y aunque su aplicabilidad parezca lejana o en algunos casos escatológica, su misma reflexión nos obliga a conceder su posibilidad. El Reino no es una abstracción simpática o difícil, y el amor a los enemigos es el desafío de Jesús de Nazareth no sólo para los creyentes, sino para toda la humanidad, la posibilidad de concretar un mundo cada vez más amplio e integrador a pesar de todas las diferencias que portamos, una fé que no se acota a la práctica piadosa o la adhesión a dogmas y creencias, sino más bien el acento redentor en buscar la plenitud del otro, aún cuando en ello se nos vaya la vida.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario