Para el día de hoy (13/02/17):
Evangelio según San Marcos 8, 11-13
En la lectura que nos presenta la liturgia del día, si bien breve, nos encontramos con el reclamo de los fariseos exigiéndole al Maestro que realice un signo celestial, una señal cósmica que confirme todo lo que Él predica.
Claro está, ello tiene visos morales pues de esa manera se ubican ellos mismos como fedatarios de cualquier origen celestial, certificadores autorizados de que el ministerio de Cristo en verdad se origina en Dios. Pero también expresa una religiosidad que se afirma en triunfalismos, en un Mesías portentoso que logra sumisión mediante señales fulgurantes, espectaculares, contundentemente asombrosas.
Pero nada encontrarán. El cielo se cierra, ocaso de señales, o mejor dicho, ocaso de señales del tipo que ellos buscan.
Seguramente en el tiempo final, regreso definitivo del Señor, el cosmos se conmueva. Aún así, esos signos escatológicos no son precisamente los que ellos buscan.
A veces también los cristianos caemos en esa tentación -en cierto modo exhibicionista- de afirmarnos en lo portentoso y en demostraciones de un poder aplastante, que suele asociarse a lo masivo. Sin embargo, es menester tener presente el profundo lamento del Maestro frente a esta incredulidad manifiesta.
La señal salvífica primordial y definitiva es el mismo Cristo, su encarnación, su nacimiento pobre y humilde, su niñez en Nazareth, el amor sin límites que prodiga a los pobres, a los enfermos, a los excluidos, su perdón y misericordia infinitos, su Pasión y su Resurrección, y esa señal eterna sólo puede mirar y verse con los ojos de la fé.
Paz y Bien
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