Para el día de hoy (10/02/17):
Evangelio según San Marcos 7, 31-37
La Palabra tiene niveles de profundidad y una importantísima carga simbólica.
Los signos o señales son como flechas que nos dirigen la mirada en una dirección precisa; los símbolos, en cambio, son ventanas que se abren para que nos asomemos y miremos a través de ellas, y por ello la contemplación desde ellos es amplia.
La lectura de hoy, en un plano superficial, nos habla de un hombre aislado por su enfermedad, que no puede escuchar ni tampoco comunicarse, dificultado de comprender a los demás y de hacerse entender, y que es llevado por otros a la presencia de Cristo, pues confían en que ese rabbí judío tan famoso puede rescatarlo de lo usualmente conocen como irresoluble, y tal vez por ello le piden que le imponga las manos, un gesto tradicional de bendición pero a su vez la confianza en los gestos rituales antes que en Aquél que les confiere sentido.
Pero podemos también atrevernos y asomarnos, ir un poco más allá. Ese hombre expresa también a un mundo que no escucha la Palabra de Dios, que se ha vuelto incapaz de escuchar al otro y de comunicarse y dialogar, de anunciar Buenas Noticias.
Esa sordera y ese mutismo nacen, antes que en una discapacidad física, en una enfermedad espiritual, el corazón que se cierra a la Palabra de Dios, que oye pero no escucha, que recita pero no reza, que dice muchos vocablos más palabras vanas que aturden.
Cerrarse a la Palabra acontece por el pecado y también por cederle espacios y primacías a los ruidos sin sentido, a las exigencias del egoísmo, y así, como islas aisladas, vivimos junto a multitudes pero no convivimos con nadie.
Que el Cristo de nuestra salvación nos abra nuevamente corazón, oídos y boca, para escuchar la Palabra y poder proclamar la Buena Noticia en este mundo sumido en sombras y muerte.
Paz y Bien
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