Para el día de hoy (24/02/17):
Evangelio según San Marcos 10, 1-12
Ante todo, contexto e intencionalidad: un grupo de fariseos interpela a Jesús de Nazareth en una postura inquisitiva que sólo busca el error condenatorio, es decir, actúan con siniestras intenciones a lomos de un terrible prejuicio.
El argumento elegido es el del divorcio: su estricta casuística regulaba esa cuestión en una perspectiva reglamentaria -que no espiritual- y sólo desde el punto de vista del varón. Por ello al preguntar si a un hombre le es lícito divorciarse de su mujer, expresan tácitamente que la mujer no tiene voz ni derechos, que es en algún modo una propiedad del esposo sometida a sus deseos y caprichos.
No ahondaremos en este tema ni tampoco nos internaremos en ámbitos doctrinales, pues tal vez la cuestión pueda contemplarse desde otra perspectiva más profunda.
Los fariseos eran profundamente piadosos, pero su religiosidad -bajo el pretexto de la estricta observancia de la Ley mosaica- se afirmaba en la pura letra, en el reglamento en desmedro y olvido de Aquél que la inspiraba y le confería sentido.
Ellos tenían una mirada severa, como otros tantos, más ella no era la mirada de Dios.
La mirada de Dios es una mirada infinitamente amorosa, que mira con misericordia a todas sus hijas e hijos con ojos bondadosos de Padre.
Dios es familia eterna, y como hijos adoptivos suyos por Cristo, en la familia crecemos, vivimos, encontramos identidad, germina el Evangelio y se expande la vida. Cuando la familia crece, hacia dentro y hacia fuera, acontece el Reino pues el amor de Dios se encarna en cada historia.
El matrimonio, entonces, como núcleo basal de la familia y espejo santo del amor de Dios, debe ser contemplado y venerado desde esa profunda perspectiva que es un don de fé, y también con su misericordia, una misericordia que solemos olvidar a la hora de sentenciar, de excluir y de relegar al olvido.
Paz y Bien
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