Para el día de hoy (15/02/17):
Evangelio según San Marcos 8, 22-26
Lo instantáneo se propaga como panacea de los tiempos actuales, un cariz casi mágico en la solución de los problemas. Quizás se deba a la agresión permanente de la publicidad, o tal vez a la incapacidad de la paciencia. Sin embargo, hemos de descreer de los cambios automáticos.
Los cambios verdaderos, profundos, acontecen luego de un proceso, de un tiempo paciente y propicio, con un crecimiento y desarrollo propio que a menudo no puede replicarse. Los cambios exteriores no son cambios, sólo maquillaje, caricaturas de una conversión que se declama y no se practica.
Este hombre estaba ciego. Incapacitado de ver, expresa la ceguera de un Israel que en su gran mayoría no puede reconocer en Cristo al Mesías, y para los que la Ley se ha vuelto una mórbida imposición sin sanación ni plenitud.
El Maestro lo lleva fuera del aldea, ajeno al ámbito en donde prevalece una religiosidad del trueque piadoso y por ende, en donde no hay espacios para la Gracia. Pero también porque la Salvación es enteramente personal y radicalmente profunda, no un show, un expectáculo de taumaturgia dedicado a ganar adeptos.
La saliva y la imposición de manos son símbolos del poder del Espíritu que actúa en Cristo. Aún así, el hombre no está del todo curado. Comienza a ver, pero apenas distingue a los hombres como árboles que caminan, como si su ceguera le impidiera reconocer al prójimo en otra persona, en su real dimensión humana, la cosificación y despersonalización, la ruptura de la comprensión por el pecado.
La imposibilidad de reconocer a las gentes como personas es también un alma que se cierra al encuentro de Dios.
La sanación ha implicado un plazo, un proceso, un germinar de vida nueva, restituída por la Gracia. El hombre recupera la vista plena, la mirada amplia para con sus hermanos y su Creador.
Pero debe callar, y no regresar a la ciduad, a lo viejo, a la vida anterior de oscuridades. Ya habrá un momento santo y fértil para comunicar la Buena Noticia del paso salvador del Redentor por su existencia.
Que Dios nos clarifique nuestras miradas.
Paz y Bien
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