Quemar las naves




Para el día de hoy (14/11/14) 

Evangelio según Lucas 17, 26-37



La expresión tiene más carga figurativa que literal. Quizás nos quedemos solamente en lo meramente episódico de las naves de Hernán Cortés durante la conquista de México, o la definitoria Alea jacta est de las legiones de Julio César, o tal vez decisiones en ciertos momentos críticos de la historia; más todas ellas remiten a un quiebre definitorio, a una ruptura de ciertas constantes que implican y refrendan que no hay vuelta atrás, punto elegido de no retorno.

Dejando de lado cualquier tentación melodramática, la conversión es precisamente eso, un quemar las naves de la existencia. Es atreverse a no mirar atrás, a no quedarse en las rutinas como en los tiempos diluvianos en que todo es lo mismo, en los que nada ha de pasar, en aferrarse a la certidumbre vana y banal de un pasado que debe ser historia y no recreación constante del ayer en el hoy.
Porque la historia humana está grávida del Espíritu, porque desde Cristo ya nada será igual.

Quemamos nuestras naves cuando dejamos de asustarnos por ciertos espectros escatológicos que nos inventamos y nos encienden los miedos.

Quemamos nuestras naves cuando hacemos pié en la tierra firme de la fé, de la confianza, de la presencia cierta de un Cristo que jamás nos deja librados a la suerte de nuestras tormentas.

Quemamos nuestras naves cuando jovialmente nos aferramos a la Divina Providencia.

Paz y Bien

1 comentarios:

Caminar dijo...

Muy cierto. Ayudémonos con la oración a quemar naves continuamente.
Un abrazo.

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