Evangelio según San Lucas 16, 9-15
La actitud de Jesús de Nazareth frente al dinero no es fácil de describir y, mucho menos, de explicar. Varias de sus acciones y gestos surgen en franca contradicción con nuestros criterios: así como no perdía oportunidad de expresarse contundente en contra del dinero y las riquezas, también no tenía ningún prurito en sentarse a la mesa de los ricos como Zaqueo que le agasajaban y le escuchaban con atención en lujosos banquetes.
Aún así, Él enseñaba desde las honduras de su alma que cuanto mayores son los afanes y angustias a causa del dinero, menos espacios quedan en el corazón para Dios. Es decir, que el dinero deviene en absoluto, y al Absoluto se lo procede a relegar hasta renegar de Él o directamente ignorarlo, zanjando cualquier atisbo de trascendencia y, por tanto, de Salvación.
Seguramente mucho lo aprendió al lado de esos dos árboles frondosos que edificaron sus días, José y María de Nazareth, en la noble pobreza de su humilde hogar galileo. Y también, con el impulso del Espíritu, andando por los caminos de su patria.
Él sabía bien que la vida y la libertad, la paz y la justicia, la salud y la fraternidad no tienen precio, no pueden adquirirse ni con todo el oro del mundo. Y más aún, cuando por sistemas cada vez más inhumanos esto sucede, es signo exacto de que proliferan en nuestro mundo las víctimas y los esclavos y los sacrificios humanos, pues en el ara del cruel dios mercado se sacrifica al prójimo.
Pero por sobre todo, porque el dinero es el opuesto total al tiempo nuevo de la Gracia, de la Encarnación, de Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.
No se puede servir a dos señores, a un dios inmanente y al Dios de la vida. Los corazones divididos carecen de destino y perecen en la nada.
Sólo desde el amor de Dios podemos vivir la gloriosa libertad de ser hijas e hijos.
Paz y Bien
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