San Martín de Porres, memorial
Para el día de hoy (03/11/14)
Evangelio según San Lucas 14, 1. 12-14
Como sucede en todas las naciones y culturas, el modo de comer y con quienes se come es un rasgo que identifica, claramente definido, estratificado, acotado a usos y costumbres pues en la mesa hay mucho más que el mero acto de ingerir alimentos.
Las convenciones sociales a veces son extremas, rígidas; otras tantas veces, una cena es un acontecimiento político, un hecho de negocios, una reunión religiosa, un encuentro furtivo, un homenaje que esconde la devolución del convite por favores o prebendas. Y en la mayoría de los casos -sea cual fuere la ocasión- se invita a pares, a iguales, o al menos a similares a uno mismo.
En el caso de los fariseos, la arista afilada de su mesa radicaba en que sólo invitarían a su mesa a otros hombres tan religiosos y estrictamente observantes como ellos, so pena de contaminar un hecho sagrado -que lo es-. En contadas ocasiones, invitaban a alguna personalidad relevante de su cultura y de su religión, con el fin de revestir su mesa y su casa de prestigio, siempre salvaguardando las prescripciones de pureza que los regían.
A pesar de la enemistad manifiesta que solían esgrimir en su contra, a pesar de que siempre estaban buscando motivos de censura y condena, en varias ocasiones los fariseos invitaron a Jesús de Nazareth a comer: si bien no podían evitar una mirada ansiosa de reprobación, primaba que el Maestro era popularmente conocido como un rabbí itinerante, y por eso mismo se le consideraba como par, como uno de ellos -quizás díscolo, quizás provocador, tal vez desviado en algunas cuestiones-.
Pero la mesa de Jesús es bien distinta, y magníficamente escandalosa. Su mesa tiene asientos preferenciales para aquellos que nadie invita, mesa para los pobres, para los enfermos, para los que portan todo tipo de estigmas, para los que perdieron todo horizonte y esperanza. Y contrario a sensu, nada pide a cambio, y no espera pago o retribución. Porque con la misma mirada de su Dios, no hay puros o impuros, amigos o enemigos, propios o ajenos, sólo hijas e hijos, es decir, mesa de hermanos, mesa de la gratuidad fraterna, mesa de la Gracia.
La mesa que nos define es signo de la medida de nuestra conversión y también de su carencia.
El día que comencemos a convidar en esta familia que llamamos Iglesia a sentarse a compartir el pan a aquellos que nadie en su sano juicio invitaría -y todos suelen aceptar como usual que así suceda-, volveremos a compartir el pan infinito de la Buena Noticia, y seremos plenamente fieles a Aquél que sigue desviviéndose por todos, sin excepción.
Paz y Bien
1 comentarios:
mesa de hermanos, mesa de la gratuidad fraterna, mesa de la Gracia, gracias.
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