Para el día de hoy (16/11/14)
Evangelio según Mateo 25, 14-30
Las parábolas de Jesús de Nazareth no son solamente elementos didácticos en los que pueden reconocerse contradicciones, alegorías, metáforas a veces extremas destinadas a encender la atención de sus oyentes y así procurar un aprendizaje más profuso.
En las parábolas el Maestro tiene, claramente, una vocación magistral, pero no se reducen a un plano educativo, sino que desde la misma cotidianeidad edifican ventanas por las que nos podemos asomar a la eternidad, de una manera inesperada y gratamente sorprendente. Es por ello que nunca las lecturas lineales o textuales expresan fidelidad a la Palabra, pues dejan de lado el sentido de lo que se dice y, muy especialmente, a Aquél que las pronuncia.
Y toda literalidad incuba y promueve los horribles fundamentalismos de cualquier laya. Lo que cuenta es la fé, la esperanza y el amor.
Ubiquémonos por un momento en uno de los objetos que sobresalen en el relato: los talentos -si nos quedamos meramente en un análisis económico- son monedas de la época del ministerio de Jesús de Nazareth que equivalían a seis mil denarios. Para tener en cuenta la proporción, un jornalero judío de aquel entonces, luego de doce horas de labor, podía llegar a ganar un denario al día. Un talento es una enormidad, una suma desproporcionada de dinero que se confía sin instrucciones y así, sin más trámite se deja en las manos de los servidores.
Quizás por ello, acotarnos a una interpretación que refiera a las diversas capacidades que cada uno de nosotros portamos -que por los orígenes antes descritos, no casualmente también se llaman talentos- y el grado de su puesta al servicio de Cristo y de su Iglesia nos deje en los umbrales de esa trascendencia a la que el Maestro nos invita cada día, a través de la Palabra. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva.
Lo verdaderamente decisivo, lo maravillosamente inquietante, lo realmente asombroso es que se ha confiado en nuestras manos algo enormemente valioso, herencia tan crítica que no puede mensurarse su real valor de tan ilimitado que es. Esa confianza desestabiliza, y quiera el Espíritu que siempre lo haga. Ninguno de nosotros tiene méritos suficientes para su administración, y por ello es aún mayor el impacto de esa confianza brindada, una confianza que no surge de los contratos sino del conocimiento profundo, de la interioridad misma de los corazones. Por eso la prudencia excesiva es tan desigual, por eso la prudencia excesiva es el maquillaje que suele utilizar la cobardía.
Porque en nuestras torpes y limitadas manos, merced a una confianza de Padre y aun cariño maternal, se nos ha confiado el Evangelio, la Buena Noticia, talentos que es menester gastar con los hermanos, extraña herencia que se multiplica y reproduce cuando no se reserva, cuando con generosa fraternidad se dilapida sin miramientos, para el bien de todos, por ese Reino que está aquí y ahora entre nosotros.
Paz y Bien
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