Evangelio según Lucas 17, 20-25
Están siempre las aves negras anunciadoras de desastres, los profetas del mal agüero, la prepotencia de que todo -necesariamente- ha de terminar mal, y que en circunstancias postreras se resolverá la historia con el regreso de Cristo, un apocalipsis que pretenden precalcular en exactitud de fechas, por signos descollantes y espectaculares. Ello, bajo cierta apariencia bíblica, entraña una postura falsaria y peligrosa, y es la de un Dios desentendido del acontecer humano, un Dios que parece renegar de la Encarnación, un Dios alejado y punitivo que nos deja librados a nuestros azares y miserias.
Pero en Dios, sólo en Dios está nuestra suerte.
Jesús de Nazareth inaugura el tiempo decisivo del cumplimiento de todas las promesas, de Dios con nosotros, y ya no hay motivo de recálculos, porque el Reino de Dios está aquí y ahora, haciendo fecundo nuestro presente tan pequeño y limitado, eternidad que se teje en la cotidianeidad, en los instantes.
Está cerca, muy cerca, tan cerca que está al alcance de cada corazón que le busca con sinceridad y fidelidad, con la veracidad de la gratitud porque el tiempo ya no es una fatalidad, sino que con todo y a pesar de todo el tiempo es redescubierto como bendición, don y misterio de la vida.
El Reino de Dios aquí y ahora, humilde, silencioso y potente como una semilla que no resigna su germen implica que cada día de la existencia puede y ha de ser único, maravilloso, irrepetible, tiempo santo porque Dios ha acampado entre nosotros, porque Dios nos habita, porque en las honduras de los corazones florece la vida eterna que Cristo ha ganado para todos nosotros con el sacrificio inmenso de la Pasión, vida ofrecida que no haya más crucificados, para que la muerte no tenga la última palabra, para que todos vivan para siempre.
Paz y Bien
1 comentarios:
Gracias.
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