Para el día de hoy (15/10/13):
Evangelio según San Mateo 11, 25-30
(No se trata de realizar comparaciones, muy pocas veces tienen validez o legitimidad.
Pero mientras que muchos buscaban a sus dioses en construcciones imponentes, en rituales arcanos y exactos, en una trascendencia inaccesible -lógica alteridad-, el Dios de Jesús de Nazareth es, cuanto menos, un Dios extraño.
Porque ante todo, es un Dios que sale al encuentro de la humanidad, aún antes de que lo busquen.
Este Dios se despoja de todo, al extremo de dar hasta lo último de sí mismo, su Hijo, y se hace hombre, se hace historia, se hace tiempo.
La Encarnación es un milagro insondable de bondad, un puente definitivo al que aún no nos atrevemos a cruzar.
Un Dios que se hace historia y tiempo es un Dios al que se lo encuentra decididamente en lo humano, y al que allí mismo se le rinde culto y veneración.
Sin embargo, para escándalo de muchos y confusión de otros tantos, este Dios es un Dios parcial, para nada un aséptico portador invisible de balanzas, un ídolo de ojos vendados. Este Dios se pone abiertamente del lado de los pequeños, y en ellos se manifiesta.
Estos pequeños no son solamente una idea que remite a la primera infancia, a los niños: los pequeños son los pobres, los que siempre sufren los yugos de cualquier signo, los que soportan todas las cargas, los que agonizan en silencio porque hasta la voz le han quitado, los que nada son ni son tenidos en cuenta -sólo apenas un voto, alguna limosna populista y mil y una imposiciones y desprecios-, los que no pueden defenderse, los más débiles, los desamparados.
Por ello la caridad que se expresa en la compasión y en la solidaridad es culto, es plegaria, es liturgia.
Dios está escondido entre los que no cuentan, su Rostro está allí, en cada esquina, en cada encrucijada que por varios motivos solemos eludir, y el Reino por el cual suplicamos en la oración amanece allí mismo, en donde parece que sobreabunda la noche)
Paz y Bien
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