La Sagrada Familia de Jesús, María y José
Para el día de hoy (30/12/12):
Evangelio según San Lucas 2, 41-52
(José y María de Nazareth, como ya podíamos entrever en el Evangelio del día de ayer, eran judíos piadosos, judíos hasta los huesos. Siguiendo la tradición de sus mayores, subían desde su Galilea habitual a la Jerusalem santa, para la celebración de la Pascua cada año, invariablemente.
En el texto de hoy, se reafirma la observancia de la familia nazarena a la fé de sus mayores: subieron a la Ciudad Santa para celebrar la Pascua pero también porque Jesús ha llegado a la edad de doce años, que señala su ingreso a la edad adulta; estamos en el siglo I de la palestina ocupada por Roma, en donde la expectativa de vida es de cuarenta años. Pero también, existe una connotación religiosa correlativa a la social: el varón judío, a los doce años, se presenta en el Templo para ser reconocido como hombre con la totalidad de deberes y derechos de los hijos de Israel, y así ser llamado hijo del precepto, del mandamiento, subordinado a la Ley de Moisés.
Sus padres lo llevan al Templo como fieles cumplidores de la tradición y portan, como todos los padres, las amorosas expectativas acerca de Jesús: esperan con ansias ese paso del hijo a la vida adulta, y seguramente auguran un futuro de artesano en Nazareth como José, un matrimonio conveniente, una multitud de nietos que perpetúe la familia y, especialmente, el clan. Son sueños de familia afectuosa, que quieren lo mejor para su hijo, con hambre de vida y futuro.
Sin embargo, este Jesús de sus amores no se corresponde con sus expectativas.
Es sólo un muchacho, pero vá descubriendo su vocación y su misión. Por ello abandona la caravana del clan familiar, y se queda en el Templo debatiendo doctrina y enseñanzas de fé con escribas y doctores de la Ley.
No se trata de una función sacerdotal o cultual: Él asume desde muy temprano su filiación con el Dios del Universo, y de ello dá testimonio ante los sabios pretendidos, esos eruditos que con el tiempo lo condenarán al sacrificio mayor de la cruz.
Al descubrirse y reconocerse Hijo, Jesús de Nazareth comienza a expandir los límites sanguíneos de la familia. Poco a poco edificará, a partir del amor, una familia creciente que no conocerá límites ni exclusiones, y que responde a la raíz primordial de aquellos que escuchan y viven la Palabra de Dios.
Sus padres se angustian, porque no encuentran al muchacho luego de buscarlo por tres días. tres días extraviado a sus ojos, perdido entre la multitud, y tres días también estará irremisiblemente perdido en las fauces de la muerte hasta la Resurrección.
Esa angustia de sus padres no sólo es un nerviosismo razonable, sino que es símbolo de ese Dios que Jesús ha descubierto y reconocido.
Porque Dios es familia.
Es una Madre que nos cuida.
Es un Padre que nos protege.
Es un Hijo que se ocupa y preocupa de las cosas de Dios por todos nosotros y con todos nosotros.
María de Nazareth, aún cuando la razón le resulta esquiva, confía y espera, y también es signo de esta nueva familia que la que madura y florece en los corazones la Palabra, familia que es sagrada por el Padre que la convoca)
Paz y Bien
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