Para el día de hoy (02/04/12):
Evangelio según San Juan 12, 1-11
(El espanto de la Pasión es inminente, está por suceder en cualquier momento. Sin embargo Jesús, aún sabiendo lo que le espera, se reune en casa de sus amigos, en casa de María, de Marta y de Lázaro en Betania. Se aproxima la muerte, y Él está a sus anchas en una mesa de amistad, no tiene demasiada lógica que se refugie en una aldea menor si tarde o temprano ha de volver a la esplendorosa y enorme Jerusalem.
En la ilógica de la Gracia, es signo de eso que llamamos Iglesia, lugar humilde y sencillo en donde prevalece la amistad y la calidez de los que se aman más allá de todo horror, casa de los resucitados, hogar de los que se aferran con fidelidad y tenacidad a la vida porque saben que el Maestro está con ellos.
Por ello mismo el centro de todas nuestras Betanias será el pan que se comparte, pues se celebra la vida que se multiplica y expande cuando florece la fraternidad.
En aquel atardecer, en medio de esa cena plena de eternidad, María -aquella misma que se había quedado con la mejor parte, la que nadie le iba a quitar, la Palabra- asume un gesto increíble, que a menudo en una piedad mediocre lo hemos pasado por alto. Ella unge los pies de su Maestro y amigo sabiéndolo su Señor con un perfume muy costoso.
En otra circunstancia, sería un varón notorio quien ungiría los cabellos de su Rey, pero estamos en los impensados e incalculables tiempos de la Gracia. Una mujer es quien ejerce una acción sacerdotal sin ningún temor, llegando al núcleo esencial que es Jesús, Cristo de nuestra Salvación; y en esa misma Gracia, unge sus pies al modo de los esclavos, porque todo se edifica desde el servicio desinteresado, desde esa humildad para la que sólo cuenta el otro, y el Totalmente Otro.
Ese perfume inundará con su fragancia toda la casa, como toda la comunidad y toda la Iglesia se perfuma de santidad con cada gesto de servicio amoroso, de compasión practicada antes que declamada.
Es claro que en ese momento la voz de Judas se opone furiosa a toda la acción anterior; Judas mide todo desde su propio interés mezquino aún cuando en apariencia reivindique a los pobres, y presupone que hay una escala en el amor, un precio aplicable de antemano al servicio. Y seguramente más se enoja pues es una mujer quien hace lo que él mismo no se atreve, o más bien no puede hacer desde su postura calculada y torpemente exclusivista.
No es casual que sea el mismo Judas quien enarbole el enojo reaccionario; en cierto modo, oponerse con cualquier argumento al servicio y al amor, volverse un negador tenaz de sus hermanos por género o posición es también devenir en traidor de la Buena Noticia.
Queda en nuestras honduras descubrir si nos hemos animado a que nuestros hogares y nuestras comunidades sean lugares agradables a Jesús, sitios en donde el Maestro se sienta a gusto y en su casa en medio de tantos horrores que imperan.
Y si a pesar de toda crítica torpe, nos animamos desde esa fé que se nos ha otorgado en un misterio insondable a perfumar nuestras existencias y las vidas de aquellos con quienes compartimos los caminos)
Paz y Bien
(El espanto de la Pasión es inminente, está por suceder en cualquier momento. Sin embargo Jesús, aún sabiendo lo que le espera, se reune en casa de sus amigos, en casa de María, de Marta y de Lázaro en Betania. Se aproxima la muerte, y Él está a sus anchas en una mesa de amistad, no tiene demasiada lógica que se refugie en una aldea menor si tarde o temprano ha de volver a la esplendorosa y enorme Jerusalem.
En la ilógica de la Gracia, es signo de eso que llamamos Iglesia, lugar humilde y sencillo en donde prevalece la amistad y la calidez de los que se aman más allá de todo horror, casa de los resucitados, hogar de los que se aferran con fidelidad y tenacidad a la vida porque saben que el Maestro está con ellos.
Por ello mismo el centro de todas nuestras Betanias será el pan que se comparte, pues se celebra la vida que se multiplica y expande cuando florece la fraternidad.
En aquel atardecer, en medio de esa cena plena de eternidad, María -aquella misma que se había quedado con la mejor parte, la que nadie le iba a quitar, la Palabra- asume un gesto increíble, que a menudo en una piedad mediocre lo hemos pasado por alto. Ella unge los pies de su Maestro y amigo sabiéndolo su Señor con un perfume muy costoso.
En otra circunstancia, sería un varón notorio quien ungiría los cabellos de su Rey, pero estamos en los impensados e incalculables tiempos de la Gracia. Una mujer es quien ejerce una acción sacerdotal sin ningún temor, llegando al núcleo esencial que es Jesús, Cristo de nuestra Salvación; y en esa misma Gracia, unge sus pies al modo de los esclavos, porque todo se edifica desde el servicio desinteresado, desde esa humildad para la que sólo cuenta el otro, y el Totalmente Otro.
Ese perfume inundará con su fragancia toda la casa, como toda la comunidad y toda la Iglesia se perfuma de santidad con cada gesto de servicio amoroso, de compasión practicada antes que declamada.
Es claro que en ese momento la voz de Judas se opone furiosa a toda la acción anterior; Judas mide todo desde su propio interés mezquino aún cuando en apariencia reivindique a los pobres, y presupone que hay una escala en el amor, un precio aplicable de antemano al servicio. Y seguramente más se enoja pues es una mujer quien hace lo que él mismo no se atreve, o más bien no puede hacer desde su postura calculada y torpemente exclusivista.
No es casual que sea el mismo Judas quien enarbole el enojo reaccionario; en cierto modo, oponerse con cualquier argumento al servicio y al amor, volverse un negador tenaz de sus hermanos por género o posición es también devenir en traidor de la Buena Noticia.
Queda en nuestras honduras descubrir si nos hemos animado a que nuestros hogares y nuestras comunidades sean lugares agradables a Jesús, sitios en donde el Maestro se sienta a gusto y en su casa en medio de tantos horrores que imperan.
Y si a pesar de toda crítica torpe, nos animamos desde esa fé que se nos ha otorgado en un misterio insondable a perfumar nuestras existencias y las vidas de aquellos con quienes compartimos los caminos)
Paz y Bien
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