Crucificada


Es una muchacha campesina y judía, casi una niña, casi una nadie, comprometida con un carpintero galileo, un hombre bueno pleno de justicia.

¿Quien lo hubiera creído? Ella era hasta hace poco la pequeña que jugaba en la casa paterna; ahora, es una jovencita de la que el Dios del universo se ha enamorado perdidamente.
Y cuando Dios se enamora, suceden cosas extrañísimas.
Hasta le pide permiso a esa muchacha para que sea su Madre, Madre de ese Hijo que será luz de las naciones y gloria de Israel.

Ella, a pesar de sus dudas y de su asombro, no vacila. Su Sí! cambiará la historia. Se afirma en la Gracia, y cuando la Gracia acontece sólo puede generarse la vida total. Por eso se le irá creciendo ese Bebé Santo en su seno pleno, fértil de toda pureza, tierra perfecta.

Ella lo trajo al mundo pobre de toda pobreza, sin un techo, en un refugio frío de animales.
Ella vió con sus ojos plenos de asombro las honras que le brindaban a su niño pastores del campo y sabios venidos de muy lejos.
Ella le brindó la mejor de las coronas y el más noble de los palacios, la vida en sus pechos y el calor de sus brazos, los mismos brazos que lo protegieron en el desierto, camino a la dureza del exilio, de tierra e idioma extraño.
Ella no olvidaría jamás la bendición y la profecía de aquel abuelo en en Templo; su Niño sería Santo y una espada afilada esperaba el momento exacto para quebrar su corazón.

Ella lo vió crecer en salud, en altura y en Gracia de Dios, niño nazareno, trabajador incipiente, peregrino en el anuncio de una fantástica noticia para su pueblo y para todos los pueblos.
Y ella se volvió discípula, la primera de todos, y lo siguió por esos senderos extraños de la periferia, huellas extranjeras y sospechosas.
Ella, como nadie, sufrió cuando a ese Hijo que amaba lo trataban de blasfemo, de desquiciado, de borracho, de glotón, de subversivo. Justamente Él, el más manso de todos, se había vuelto peligroso para los poderosos y esperanza para los pobres y olvidados.
A pesar de todas las afrentas y amenazas, ese Hijo que había gestado seguía creciéndose en las honduras de su alma.

Y llegaría el tiempo de espanto de su arresto y su Pasión, la traición de Judas, la deserción de sus amigos más cercanos.
Ella quiere morir junto a ese Hijo que agoniza en la cruz, Ella está crucificada como Jesús -su Hijo, su Maestro y su Señor- unida a Él y sufriendo con Él como sólo una madre puede entenderlo.
Ella se quiebra por sí y por su Hijo.

Su Hijo está a punto de morir, y en un gesto de amor y despojo absoluto se desprende de su afecto más preciado: entrega al discípulo amado a esa mujer como Madre.
El discípulo amado no tiene un nombre que lo identifique porque allí están todos y cada uno de nuestros nombres.

Ella no tiene casa propia; en adelante su hogar se encontrará allí en donde se encuentren las hijas y los hijos de Dios, hermanos de su Jesús que la reciban como propia, madre, amiga, hermana, compañera.

Ella, crucificada,vive para siempre porque nunca abdicó de esa Gracia que la hizo fecunda, y allí está nuestra esperanza y nuestra plenitud, a pesar de los dolores y más allá de todas las cruces que se imponen.

Paz y Bien



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