Para el día de hoy (27/01/20):
Evangelio según San Marcos 3, 22-30
El anuncio de la Buena Noticia -el ministerio de Jesús de Nazareth- crecía sin descanso. Él hablaba de un modo distinto al habitual, y enseñaba las cosas de Dios con una autoridad nueva, y las gentes comenzaban a entrever el rostro de un Dios que los amaba, y no tanto un Dios lejanamente severo, propicio a los castigos. Junto a ello, y como parte del la misma novedad buena, Él sanaba todas la dolencias, las del cuerpo y las del alma, y a nadie exceptuaba de esta sanación ni lo tomaba por réprobo o indigno de la sanación.
Así entonces la fama del Maestro se extendía por todas partes, inclusive allende las fronteras de Israel; esa fama lo volvía, por un lado, inmensamente popular y agradable al pueblo. Por otra parte y por ello mismo, las autoridades religiosas y políticas lo percibían como una amenaza peligrosa, como un enemigo a ser suprimido.
Es que a menudo la bondad, para los poderosos, es gravosa e intimidante, y el ejercicio de esa bondad ha de pagarse caro.
Las cosas habían llegado a tal punto que envían desde Jerusalem a representantes oficiales -garantes de la más pura ortodoxia- con el fin de confrontar con el Maestro y suprimirlo, minimizando los riesgos que Él implicaba para todo el sistema establecido.
Las acusaciones que esgrimían en su contra crecían en gradualidad e intensidad: en los comienzos, los descalificaban por ser un campesino nazareno, presuponiendo que por su origen pobre y galileo carecía de autoridad alguna, ni merecía que se le preste atención. A medida que el tiempo pasaba, las acusaciones se incrementaban y se volvían cada vez más peligrosas, pues varias de ellas suponían -de progresar su oficialización- la condena a muerte de Jesús.
En el caso de hoy, los representantes de la religión oficial lo descalifican aduciendo que sana a endemoniados con el poder del Maligno, algo así como un agente experto de Belzebul. Las evidencias de los signos que Él realizaba estaban allí, evidentes e inocultables -las gentes sanaban-, y por ello los escribas cuestionan y atacan la naturaleza primordial del poder que Jesús ejerce.
No obstante, esto iba mucho más allá, pues se podía concluir luego de la acusación que Jesús no actúa por Dios ni en nombre de Dios, y así arrastra a las gentes a la perdición. Eso es lo más grave, el rechazo abierto de la bondad que se ejerce con cada signo, en cada milagro y a pesar de toda evidencia.
El Maestro responde con argumentos sutiles, poniendo en evidencia la contradicción flagrante de quienes quieren suprimirlo, y la dureza de su respuesta no se acota a esa situación en particular, en ese momento determinado, sino que llega a nuestros días.
No hay modo de negar lo evidente, y cuando el bien florece, toda argumentación contraria deviene inútil y estéril.
Porque lo imperdonable no viene de Dios, un Dios Abbá que es misericordia infinita. Lo imperdonable nos pertenece, es cosa nuestra, queda de esta vereda el rechazo al amor entrañable que Dios nos tiene y que no requiere interpretaciones, un amor que está allí, abiertamente a la vista y se ofrece a todos sin excepción.
Paz y Bien
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