Para el día de hoy (06/09/19): .
Evangelio según San Lucas 5, 33-39
La religión oficial -la ortodoxia- en tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth se aferraba a un legalismo extremo, a una solemnidad que no toleraba desvíos ni degradaciones. Ello, claro está, no debe ponerse en tela de juicio ni nos corresponde a nosotros clasificar esta postura: la disciplina exterior que se corresponda con la interior puede ser un medio muy útil.
El problema estriba en que los medios se convirtieron en fines, y de allí a desalojar a Dios de la religión, y a vivir con un rictus severo de manera permanente nada tiene que ver con la Buena Noticia.
Jesús de Nazareth y sus discípulos surgían así como unos provocadores intolerables. Quebrantaban el Shabbat con tal de hacer el bien, no se preocupaban demasiado por las abluciones rituales prescritas, y no parecía importarle demasiado el reglamento referente al ayuno. Obviamente, hay un duro desprecio social de escribas y fariseos para con el Maestro y los discípulos: un rabbí de la periférica y sospechosa Galilea -pobre de toda pobreza- rodeado de campesinos y pescadores, vivían en un ambiente de alegría continua que ellos no podían tolerar de ninguna manera. Para ellos la religión era una cosa seria, severa, solemne de ceño fruncido.
Ellos se habían convertido en una anomalía, y es la misma vida cristiana una anomalía frente al mundo.
Porque la comunidad cristiana no se rige por los códigos o reglamentos, sino por el Espíritu que la anima, sostiene y fortalece, Espíritu que es vida, Espíritu que le hace llamar a Dios Abbá, Espíritu que les recuerda a perpetuidad ese asombro del Dios con nosotros.
La gran anomalía ha de ser la alegría, con todo y a pesar de todo y todos. La alegría de sabernos amados aún cuando una miríada de pecados nos agobien. La alegría de sabernos hijas e hijos. La alegría de saber que la muerte no tiene la última palabra. La alegría de que el Reino acontece aquí y ahora.
La definitiva alegría del vino nuevo de la Gracia.
Bienaventurados los anómalos que se atrevan a vivir felices en Cristo, por Cristo y para Cristo y el prójimo.
Paz y Bien
El problema estriba en que los medios se convirtieron en fines, y de allí a desalojar a Dios de la religión, y a vivir con un rictus severo de manera permanente nada tiene que ver con la Buena Noticia.
Jesús de Nazareth y sus discípulos surgían así como unos provocadores intolerables. Quebrantaban el Shabbat con tal de hacer el bien, no se preocupaban demasiado por las abluciones rituales prescritas, y no parecía importarle demasiado el reglamento referente al ayuno. Obviamente, hay un duro desprecio social de escribas y fariseos para con el Maestro y los discípulos: un rabbí de la periférica y sospechosa Galilea -pobre de toda pobreza- rodeado de campesinos y pescadores, vivían en un ambiente de alegría continua que ellos no podían tolerar de ninguna manera. Para ellos la religión era una cosa seria, severa, solemne de ceño fruncido.
Ellos se habían convertido en una anomalía, y es la misma vida cristiana una anomalía frente al mundo.
Porque la comunidad cristiana no se rige por los códigos o reglamentos, sino por el Espíritu que la anima, sostiene y fortalece, Espíritu que es vida, Espíritu que le hace llamar a Dios Abbá, Espíritu que les recuerda a perpetuidad ese asombro del Dios con nosotros.
La gran anomalía ha de ser la alegría, con todo y a pesar de todo y todos. La alegría de sabernos amados aún cuando una miríada de pecados nos agobien. La alegría de sabernos hijas e hijos. La alegría de saber que la muerte no tiene la última palabra. La alegría de que el Reino acontece aquí y ahora.
La definitiva alegría del vino nuevo de la Gracia.
Bienaventurados los anómalos que se atrevan a vivir felices en Cristo, por Cristo y para Cristo y el prójimo.
Paz y Bien
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