Para el día de hoy (10/09/19):
Evangelio según San Lucas 6, 12-19
La oración era para Jesús de Nazareth tan importante y natural como el respirar. Toda su vida es una vida de oración, una vida orante, un diálogo imprescindible entre Él y su Padre, una escucha fértil y afectuosa.
Así lo encontraremos en plena oración en los momentos cruciales de su ministerio: la oración implica permanecer siempre en el horizonte y dentro del proyecto de Dios, su Reino.
Para el Maestro no cuentan las abstracciones, ni se detendrá en declamaciones banales.
Las cosas de Cristo siempre son personales, totalmente personales, siempre reconoce rostros, identidades, nombres y apellidos. Por ello, poco cristiana y lejana a la luz del Evangelio es cualquier despersonalización, la pérdida de identidad, la masificación, la aniquilación de las singularidades.
Los Evangelios han conservado así los nombres de aquellos a los que Jesús ha congregado junto a sí, signo cierto de nuestro llamado.
Todos y cada uno de nosotros hemos sido también congregados desde siempre para estar a su lado, para caminar junto a Él con la misma misión, misión de paz, de justicia, de liberación, de salud, de alegría.
Hay diferencias, claro está, y a pesar de ciertas fricciones es algo que nos enriquece. Pedro no es igual que Santiago, Felipe no es similar al Iscariote, Andrés no es furibundo zelote como el otro Judas. Pero todos tienen la misma distinción, el ser reconocidos como amigos y hermanos de navegación, parte de esa familia siempre creciente que anida en el corazón de Dios, que llamamos Iglesia y que no se limita a ciertos parámetros religiosos.
Hemos sido concienzudamente congregados por lo que somos, por quienes somos y por todo lo que podemos llegar a ser.
Paz y Bien
Así lo encontraremos en plena oración en los momentos cruciales de su ministerio: la oración implica permanecer siempre en el horizonte y dentro del proyecto de Dios, su Reino.
Para el Maestro no cuentan las abstracciones, ni se detendrá en declamaciones banales.
Las cosas de Cristo siempre son personales, totalmente personales, siempre reconoce rostros, identidades, nombres y apellidos. Por ello, poco cristiana y lejana a la luz del Evangelio es cualquier despersonalización, la pérdida de identidad, la masificación, la aniquilación de las singularidades.
Los Evangelios han conservado así los nombres de aquellos a los que Jesús ha congregado junto a sí, signo cierto de nuestro llamado.
Todos y cada uno de nosotros hemos sido también congregados desde siempre para estar a su lado, para caminar junto a Él con la misma misión, misión de paz, de justicia, de liberación, de salud, de alegría.
Hay diferencias, claro está, y a pesar de ciertas fricciones es algo que nos enriquece. Pedro no es igual que Santiago, Felipe no es similar al Iscariote, Andrés no es furibundo zelote como el otro Judas. Pero todos tienen la misma distinción, el ser reconocidos como amigos y hermanos de navegación, parte de esa familia siempre creciente que anida en el corazón de Dios, que llamamos Iglesia y que no se limita a ciertos parámetros religiosos.
Hemos sido concienzudamente congregados por lo que somos, por quienes somos y por todo lo que podemos llegar a ser.
Paz y Bien
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