Tiempo de Cristo, tiempo de milagros













Para el día de hoy (08/07/19):  

Evangelio según San Mateo 9, 18-26









La gran discusión que sobrevuela el texto que hoy meditamos versa acerca de la pureza y la impureza, y tal vez en especial acerca de quienes son en verdad impuros y cual es el modo de purificarse.

No debemos perder de vista los acontecimientos inmediatamente precedentes que encontramos en los Evangelios, el abierto enfrentamiento de Jesús de Nazareth con la ortodoxia religiosa oficial, la contraposición entre la postura oficial y la Buena Noticia que se anuncia.
Precisamente, en ese ambiente y bajo esos colores adquieren un simbolismo profundo los hechos que sucederán a continuación.

El padre de la niña es un personaje importante en tiempos del ministerio del Maestro: como jefe de la sinagoga, es un laico de importante relevancia social y poder económico que ha sido elegido para el mantenimiento físico de la sinagoga, para ordenar y programar el culto divino, las lecturas de la Ley, la predicación y los comentarios de la Escritura.
Es ante todo un padre que ha perdido una hija, pero también expresa una religiosidad que ya no ofrece respuestas, que se vá muriendo cerrada en sí misma. 

Una mujer irrumpe en la escena con su desesperación a cuestas. Por mujer y por enferma -metrorragias continuas- es una impura sin remisión que debe abstenerse del contacto con cualquier persona; la impureza ritual se considera contagiosa, y a la imposibilidad de participar de la vida comunitaria y la fé de Israel es menester considerar el ostracismo obligatorio que debe aceptarse con resignación, pues toda enfermedad es un justo castigo o retribución divina por los pecados propios o de los padres.
Ella piensa que tocando el borde del manto del Señor sanará. No se trata de una superstición, que es una degradación de la fé, sino una profunda confianza en quien porta ese manto -tallit- cuyos bordes representan el nombre Santo de Dios, YHWH.

Dos mujeres. Una apenas asomando a la vida que parece arrancada de cuajo de la existencia, otra ya adulta a la cual la vida parece que se le vá de continuo tras las hemorragias que padece. Los doce años de sufrimiento son una referencia simbólica a Israel -las Doce tribus-, cuya vida se apaga en el goteo de una Ley sin corazón ni Dios.

Pero hay mucho más, siempre hay más. El pueblo está impuro, y la pureza no la encontrará realizando acciones tabuladas rigurosamente, sino por el encuentro y la fé en Aquél que ha venido a su rescate. Es Cristo quien purifica los corazones y las existencias desde la misericordia.

Con  la confianza del jefe de la sinagoga y de la hemorroísa, también nos acercamos a ese Cristo vivo y presente en medio de su pueblo, cuya fuerza vital aleja todas las muertes, y es en los sacramentos en donde nos acercamos a esa fuerza asombrosa que nos libera y nos plenifica por intermedio de su Iglesia, signos sensibles y eficaces de la Gracia de Dios que nos vuelven a decir cada día que la fé cuenta, y que desde la fé y el amor de Dios se inaugura un tiempo de milagros.

Paz y Bien

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