Para el día de hoy (01/07/19):
Evangelio según San Mateo 8, 18-22
Las cosas hay que apreciarlas en su real sentido y valor: el Maestro se conmovía por las multitudes libradas a su suerte -ovejas sin pastor-, pero a su vez descreía de los usuales parámetros de popularidad, lo masivo que se desvanece con facilidad. Por ello, ante la multitud que se congrega y lo rodea por su fama de taumaturgo, decide irse de allí. La otra orilla mencionada por el Evangelista Mateo se corresponde con las áreas paganas de Galilea, y es una señal del anuncio universal de la Buena Noticia, pues Jesús de Nazareth transpondrá las fronteras de Israel.
Los dos personajes que en el transcurso de la lectura se acercarán al Maestro son descritos en cuanto a su condición, obviando sus nombres propios: es menester señalar y tener en cuenta que cada vez que eso sucede, es un recurso pedagógico/catequético del Evangelista para que allí, tras el aparente anonimato se ubiquen nuestros nombres, es decir, ese anonimato refiere a la universalidad y atemporalidad de lo que se está enseñando.
Curiosamente, la primer persona que se acerca es un escriba, perteneciente al grupo que habitualmente critica con ferocidad al Maestro, que busca desacreditarlo mediante trampas dialécticas que lo conduzcan a una efectiva condena religiosa que no es otra que la pena capital. Sin embargo, aquí parece haber otra postura para nada belicosa y floreciente de respeto. Para un hombre como él, reconocer a otro como maestro implica una subordinación de su mente, de su inteligencia a la sabiduría y conocimientos del otro, alguien que es más que uno mismo y que vale la pena seguir. El indicio del lugar -donde quiera que vayas- tal vez señale la costumbre usual de aquel tiempo: los grandes rabbíes tenían un sitio específico en donde impartían conocimientos, un sitio que dado su prestigio tornaba propio y prodigaba, a su vez, prestigio a los alumnos.
Pero estamos en un tiempo nuevo, en donde todo ha cambiado. El seguimiento, el discipulado, no se define solamente por la decisión del discípulo/seguidor, y por el empeño puesto sino en primer lugar por la vocación, la invitación a seguir los pasos de Cristo. Las primacías son siempre de ese Dios que nos ha salido al encuentro y es precisamente el motivo de nuestra alegría y nuestra esperanza, invitación que es amor y es confianza.
En el Evangelio según San Mateo es la primera vez que se utiliza la expresión Hijo del Hombre: ello expresa al hombre total, la humanidad plena por el Espíritu que la re-crea, la asombrosa solidaridad de un Dios que se ha hecho amigo, vecino, pariente, Hijo amado entre nosotros.
Otro hombre, un discípulo, pide al Maestro una dispensa para sepultar a su padre difunto; entre la cultura judía del siglo I, el respeto y cuidado para con los difuntos -especialmente para con el padre- era una tarea piadosa impostergable. De esa manera, era impensado que se quebrantara esa regla no escrita pero vivida con intensidad.
El Maestro no embate contra ello. La aparente dureza de sus palabras tiene que ver con la urgencia del anuncio evangélico, lo que no puede posponerse, lo más importante. En un plano simbólico, el padre quizás exprese las tradiciones que se observan sin reflexión, el perpetuar lo antiguo por antiguo pero no por valioso, y la sepultura indique las doctrinas que se han muerto porque no se sustentaban en el Dios que las inspira y a las que les dá sentido.
El Evangelio es historia nueva que vamos haciendo con el Maestro, paso a paso, día a día, a cada instante y siempre es gratísima novedad que se dirige al mundo de los que aún viven.
El seguimiento entonces debe reflexionarse y contemplarse a la luz del Cristo que nos llama, nos invita y nos compromete, en la urgencia de lo vital, para que nadie se pierda, para que la vida florezca.
Paz y Bien
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