Somos inmensamente valiosos a los ojos de Dios


















Para el día de hoy (13/07/19) 

Evangelio según San Mateo 10, 24-33








Uno de los temas principales que sobrevuela el Evangelio para el día de hoy es el miedo, el miedo de los discípulos, de los enviados, de los misioneros, es decir, de todos los que permanecen fieles a su vocación cristiana.

Jesús sabía bien las cosas y situaciones que los suyos de todas las épocas habrían de enfrentar: es que la proclamación de la Buena Noticia, que principalmente es imitar en la existencia diaria a Cristo -amar como Él amaba, vivir como Él vivía, ser fieles al Reino hasta las últimas consecuencias y más- implica riesgos severísimos. Vivir el Evangelio, hacerse Buena Noticia es un manso y humilde desafío a los poderes del mundo, poderes que oprimen, esclavizan y deshumanizan. Porque el poder que no es servicio es espúreo y se convierte en maldición.

Él conoce bien a los suyos, y entiende las cosas que se entretejen en las honduras a menudo inconscientes de nuestro ser. El miedo paraliza, socava, confunde. El miedo engaña y pervierte la prudencia, pues la prudencia excesiva es cobardía razonada.
Uno puede suponer que los poderosos reaccionan con violencia física; pero no sale de lo habitual que sus procesos se refinen, y hagan uso de descréditos, difamaciones infundadas, acosos por hambre y desempleo, ninguneos personales.

Porque es muy humano el miedo, pues todos -sin excepciones- somos mortales, frágiles y quebradizos. El problema estriba en tanto ese miedo se convierta en horizonte último.
También hemos de reconocer con durísima sensatez que el miedo ha sido religiosamente utilizado para apisonar corazones, bajo el pretexto de cielos ganados o infiernos obtenidos. Pero el Dios de Jesús de Nazareth no es ni un ogro ni un verdugo cruel. Es Padre, y es Madre también.

Con todo y a pesar de todo, nuestra fuerza proviene de la confianza y el amor que el Resucitado ha puesto en cada uno de nosotros, una fé que no suele ser recíproca. Él cree y se confía de nosotros de un modo inversamente proporcional al de nuestra confianza depositada en su corazón sagrado.

Somos inmensamente valiosos a los ojos de Dios todos y cada uno de nosotros, epítome santo de todo lo creado, y es una cuestión de amor, y en esa certeza de valor que no se mide con mesuras humanas, se funda nuestra esperanza y se aligeran nuestros pasos hacia el éxodo de todos nuestros miedos, libres hijas e hijos de Dios edificando comunidad y re-creando un mundo tan inhumano e inhóspito.

Paz y Bien

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