San Benito Abad
Para el día de hoy (11/07/19):
Evangelio según San Mateo 10, 7-15
El día de ayer contemplábamos la convocatoria del Maestro a los apóstoles así como la misión que les encomienda: vocación y misión tienen el distingo de la confianza que Dios ha puesto en los suyos.
La lectura que nos ofrece la liturgia del día continúa esa línea de reflexión. El Maestro envía a los suyos a los caminos, con la misión definida, y así brinda algunas consignas que ayudarán a los suyos en la fidelidad a esa misión, para que su identidad no se altere ni disuelva frente a los embates del mundo.
Curiosamente, parece un manual de instrucciones curiosamente profano. Tiene poco de lo que usualmente se considera religioso, sacralmente ritual, ajeno a los rigores del culto establecido. Más aún, es marcadamente humano: curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos, expulsar demonios. Vida y salud son las señales primordiales del Reino de Dios aquí y ahora, las señales que el Maestro le hizo llegar al Bautista para que constatara su identidad en su corazón, señales también de la presencia de Cristo entre nosotros.
El cómo es muy importante, pues es también parte del mismo amor, de la misma fidelidad. La feliz deserción de todo interés personal. El hacerse hermano de aquellos a quienes se anuncia la Buena Noticia, ser parte de su existencia, de su cotidianeidad, de su huella. La confianza en la Providencia de Aquél que nunca nos abandona. Andar ligeros de elementos y cosas, señal de corazones ligeros, de corazones vacíos de lo que perece, de corazones ricos en Dios.
Contra las bucólicas o románticas ingenuidades, Jesús de Nazareth advierte también de que a menudo los enviados no serán bien recibidos, no la pasarán bien, deberán afrontar el golpe del rechazo sin motivo.
Hay que seguir, siempre hay que seguir, nunca quedarse.
Porque no se trata de sumar cabezas ni de ganar adeptos, sino que es una tarea de sal y de luz, testigos del amor de Dios en el mundo que a menudo no tienen mucho que decir porque toda su vida es un Evangelio vivo en donde se palpita Gracia y misericordia.
Paz y Bien
La lectura que nos ofrece la liturgia del día continúa esa línea de reflexión. El Maestro envía a los suyos a los caminos, con la misión definida, y así brinda algunas consignas que ayudarán a los suyos en la fidelidad a esa misión, para que su identidad no se altere ni disuelva frente a los embates del mundo.
Curiosamente, parece un manual de instrucciones curiosamente profano. Tiene poco de lo que usualmente se considera religioso, sacralmente ritual, ajeno a los rigores del culto establecido. Más aún, es marcadamente humano: curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos, expulsar demonios. Vida y salud son las señales primordiales del Reino de Dios aquí y ahora, las señales que el Maestro le hizo llegar al Bautista para que constatara su identidad en su corazón, señales también de la presencia de Cristo entre nosotros.
El cómo es muy importante, pues es también parte del mismo amor, de la misma fidelidad. La feliz deserción de todo interés personal. El hacerse hermano de aquellos a quienes se anuncia la Buena Noticia, ser parte de su existencia, de su cotidianeidad, de su huella. La confianza en la Providencia de Aquél que nunca nos abandona. Andar ligeros de elementos y cosas, señal de corazones ligeros, de corazones vacíos de lo que perece, de corazones ricos en Dios.
Contra las bucólicas o románticas ingenuidades, Jesús de Nazareth advierte también de que a menudo los enviados no serán bien recibidos, no la pasarán bien, deberán afrontar el golpe del rechazo sin motivo.
Hay que seguir, siempre hay que seguir, nunca quedarse.
Porque no se trata de sumar cabezas ni de ganar adeptos, sino que es una tarea de sal y de luz, testigos del amor de Dios en el mundo que a menudo no tienen mucho que decir porque toda su vida es un Evangelio vivo en donde se palpita Gracia y misericordia.
Paz y Bien
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