Para el día de hoy (06/07/19):
Evangelio según San Mateo 9, 14-17
Remiendo nuevo en vestido viejo. Vino nuevo en odres viejos.
No se trata de un juicio de valor, una cualificación de lo nuevo por sobre lo viejo o a la inversa.
Se trata de poner en claro y destacar la absoluta novedad de Cristo, y es una novedad que no viene a modificar algunas cuestiones de la Ley -el remiendo- ni tampoco mantener viejas conductas para recibir y acotar la Buena Noticia del Señor -el vino nuevo y los odres viejos-.
Pero también hay otra cuestión importantísima y decisiva.
Para la mentalidad religiosa imperante en aquellos tiempos, de la cual muchos aspectos perduran, el universo de la fé está determinado por la acumulación de actos piadosos, reglamentados, los méritos acumulados que buscan la obtención de premios y/o recompensas -cierto capitalismo religioso si se quiere-, todo signado por el esfuerzo humano, la oración ampulosa y escrupulosamente formulada, el ayuno que se cumple según un estricto calendario, las abluciones rituales, la limosna exacta.
El tiempo de la Gracia inaugurado por Cristo, el Reino aquí y ahora, es tiempo santo de Dios y el hombre en eterna mixtura, que se define por el infinito e insondable amor de un Dios que es Padre y de quien son todas las primacías, un Dios que se llega a nuestras existencias, un Dios que se dona por entero precisamente por amor incondicional y nó por los méritos que se van anotando en los cuadernos de contabilización espiritual.
La superación de la Ley implica atreverse a la alegría, a brindar con el vino nuevo de Cristo, y en esa alegría nos mantenemos porque Dios nos ama, porque es un Padre que se desvive por todos y cada uno de nosotros antes que el juez severo y punitivo de ciertos esquemas de rictus amargo, porque aún cuando nos hundamos en los marasmos del pecado, de las miserias por las que optamos, el Dios de Jesucristo aguarda ansioso nuestro regreso para la celebración y el abrazo, historia nueva que se edifica desde el perdón y la misericordia.
Paz y Bien
No se trata de un juicio de valor, una cualificación de lo nuevo por sobre lo viejo o a la inversa.
Se trata de poner en claro y destacar la absoluta novedad de Cristo, y es una novedad que no viene a modificar algunas cuestiones de la Ley -el remiendo- ni tampoco mantener viejas conductas para recibir y acotar la Buena Noticia del Señor -el vino nuevo y los odres viejos-.
Pero también hay otra cuestión importantísima y decisiva.
Para la mentalidad religiosa imperante en aquellos tiempos, de la cual muchos aspectos perduran, el universo de la fé está determinado por la acumulación de actos piadosos, reglamentados, los méritos acumulados que buscan la obtención de premios y/o recompensas -cierto capitalismo religioso si se quiere-, todo signado por el esfuerzo humano, la oración ampulosa y escrupulosamente formulada, el ayuno que se cumple según un estricto calendario, las abluciones rituales, la limosna exacta.
El tiempo de la Gracia inaugurado por Cristo, el Reino aquí y ahora, es tiempo santo de Dios y el hombre en eterna mixtura, que se define por el infinito e insondable amor de un Dios que es Padre y de quien son todas las primacías, un Dios que se llega a nuestras existencias, un Dios que se dona por entero precisamente por amor incondicional y nó por los méritos que se van anotando en los cuadernos de contabilización espiritual.
La superación de la Ley implica atreverse a la alegría, a brindar con el vino nuevo de Cristo, y en esa alegría nos mantenemos porque Dios nos ama, porque es un Padre que se desvive por todos y cada uno de nosotros antes que el juez severo y punitivo de ciertos esquemas de rictus amargo, porque aún cuando nos hundamos en los marasmos del pecado, de las miserias por las que optamos, el Dios de Jesucristo aguarda ansioso nuestro regreso para la celebración y el abrazo, historia nueva que se edifica desde el perdón y la misericordia.
Paz y Bien
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