Para el día de hoy (21/02/19):
Evangelio según San Marcos 8, 27-33
Detengámonos un momento y observemos: lo que sucederá a continuación está signado por el Cristo que camina con los discípulos, certeza que la fé es camino que se hace junto al Maestro, que también es camino, verdad y vida. Pero también nos ubica en las inmediaciones de Cesarea de Filipo.
Filipo era hijo del rey Herodes y hermano de Herodes Antipas, tetrarca de la zona en donde ellos se encontraban; Cesarea era una ciudad que se había edificado en honor de César Augusto sobre una antigua ciudad dedicada al dios Pan griego. Inclusive poseía un templo en el que se rendía culto al César como a un dios. Edificada por Herodes padre, había sido ampliada y embellecida por Filipo, y de allí el nombre que la distingue de otra homónima situada a las orillas del Mediterráneo.
Justamente, en ese ámbito en donde antes se rendía culto a las fuerzas de la naturaleza -el dios Pan- y ahora se postran frente al emperador como si fuera un dios, allí mismo el Maestro pregunta a los suyos qué piensan y dicen las gentes acerca de Él. Más aún, que es en verdad lo que ellos piensan y creen de Su persona.
Ellos expresan los diversos criterios que surgían en ese tiempo, es decir, que Jesús de Nazareth es el Bautista redivivo, Elías u otro de los profetas. Sin embargo lo importante es lo que piensan ellos, nosotros, todos.
Pedro toma la palabra en la primacía cordial de sus hermanos, y confiesa con una contundencia estremecedora que Jesús de Nazareth es el Mesías.
Aún así, como en la lectura que contemplábamos ayer, Pedro y los otros no tienen clara la mirada y su fé es incipiente. Ellos ven las cosas a medias, hombres como árboles que caminan, y no pueden tolerar a un Cristo que imaginaban glorioso, revestido de poder, a éste que se les anuncia servidor manso, que se encamina decidido pero no resignado a su encuentro con la cruz.
Pedro se enoja y reprende, pues no entiende las razones de cruz, y éstas razones son el puro amor de Dios en Cristo, un Dios que sale por completo de sí mismo y se ofrece sin medida a los demás, un Cristo que se entrega como prenda de salvación y cordero pascual para que no haya más chivos expiatorios ni crucificados, un Dios todopoderoso porque ama, un Cristo que salva porque es capaz de morir por ellos, por tí, por mí.
El ministerio de salvación de Cristo sólo puede comprenderse en su plenitud a la luz de la cruz.
Paz y Bien
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