Para el día de hoy (08/02/19)
Evangelio según San Marcos 6, 14-29
Un profeta es una persona que tiene cosas de Dios para decir, cuestiones de parte de Dios que se dicen claras, fuertes, sin ambivalencias ni sofismas. Un profeta anuncia ese mensaje de Dios pero también denuncia todo lo que se opone a Dios, es decir, todo lo que es contrario a la vida, proyecto infinito de Dios.
Juan, hijo de Isabel y Zacarías era un profeta. Su integridad era humildemente incandescente e incuestionable, de tal modo que su sola presencia pone en evidencia a las gentes y ámbitos sombríos, tenebrosos.
Pero Juan no se callaba. Las mujeres y los hombres del Espíritu no deben callar, no pueden callar, es un fuego intenso y es una cuestión de destino. Los profetas son mujeres y hombres de palabra y de la Palabra.
El pueblo judío escuchaba con creciente agrado la voz rotunda del Bautista, aún cuando su lenguaje solía ser durísimo, a veces amenazador. Él siempre fué fiel, pero no había ingresado al espacio infinito de la Gracia, y persistía en su corazón la imagen de un Dios severo y punitivo.
Aún así, ello no impidió que reconociera al Salvador que se acercaba por entre la multitud, ese galileo joven y humilde que es el Mesías esperado por su pueblo.
Un hombre íntegro, un profeta que no se calla es mucho más que un incordio para los poderosos: un hombre íntegro es una peligrosa amenaza pues no puede ser comprado ni corrompido ni lo amilanará la prisión, la tortura o cualquier violencia.
Por eso es tan opuesta la figura del Bautista encerrado en la mazmorra del palacio y su ejecución sin proceso ni defensa frente a la torpe brutalidad del tetrarca Herodes, de sus mujeres y del corifeo de poderosos y notables que lo acompañan en una mesa que nada tiene de ágape, que es pura ansia de poder, corrupción, superstición.
Aún con los riesgos que son consecuentes a la vocación, hemos de suplicar que el Espíritu de Dios nos siga suscitando profetas, mujeres y hombres que no se callen, que sin otro interés que el ser fieles a la voluntad de Dios digan lo que nadie se anima a decir, hablen con claridad, anuncien buenas noticias y denuncien sin vueltas ni eufemismos todo aquello que no debe ser tolerado ni asumido con tanta naturalidad.
Paz y Bien
Juan, hijo de Isabel y Zacarías era un profeta. Su integridad era humildemente incandescente e incuestionable, de tal modo que su sola presencia pone en evidencia a las gentes y ámbitos sombríos, tenebrosos.
Pero Juan no se callaba. Las mujeres y los hombres del Espíritu no deben callar, no pueden callar, es un fuego intenso y es una cuestión de destino. Los profetas son mujeres y hombres de palabra y de la Palabra.
El pueblo judío escuchaba con creciente agrado la voz rotunda del Bautista, aún cuando su lenguaje solía ser durísimo, a veces amenazador. Él siempre fué fiel, pero no había ingresado al espacio infinito de la Gracia, y persistía en su corazón la imagen de un Dios severo y punitivo.
Aún así, ello no impidió que reconociera al Salvador que se acercaba por entre la multitud, ese galileo joven y humilde que es el Mesías esperado por su pueblo.
Un hombre íntegro, un profeta que no se calla es mucho más que un incordio para los poderosos: un hombre íntegro es una peligrosa amenaza pues no puede ser comprado ni corrompido ni lo amilanará la prisión, la tortura o cualquier violencia.
Por eso es tan opuesta la figura del Bautista encerrado en la mazmorra del palacio y su ejecución sin proceso ni defensa frente a la torpe brutalidad del tetrarca Herodes, de sus mujeres y del corifeo de poderosos y notables que lo acompañan en una mesa que nada tiene de ágape, que es pura ansia de poder, corrupción, superstición.
Aún con los riesgos que son consecuentes a la vocación, hemos de suplicar que el Espíritu de Dios nos siga suscitando profetas, mujeres y hombres que no se callen, que sin otro interés que el ser fieles a la voluntad de Dios digan lo que nadie se anima a decir, hablen con claridad, anuncien buenas noticias y denuncien sin vueltas ni eufemismos todo aquello que no debe ser tolerado ni asumido con tanta naturalidad.
Paz y Bien
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