Para el día de hoy (16/02/19):
Evangelio según San Marcos 8, 1-10
Nos encontramos nuevamente con el Maestro y sus discípulos en tierras gentiles, paganas, extrañas a los hijos de Israel. Acontece allí la segunda multiplicación de los panes, y se nos ofrece en el texto una gran carga simbólica a la cual hemos de prestar especial atención.
En la primer multilpicación de los panes, las canastas son doce, símbolo de las doce tribus, imagen del pueblo de Dios. Aquí, tanto los panes como los cestos eran siete, en velada alusión a la idea veterotestamentaria de que la totalidad de las naciones paganas son setenta. Pero siete son los días de la creación, la acción creadora de Dios que llega a todos los pueblos por su infinita misericordia.
En esta ocasión, no hay canastas sino cestos, típicos de la cultura helenística -la Escritura nos ubica en la zona de la Decápolis-. El pan de vida no se restringe a los pretendidamente propios, sino que se ofrece por igual a todos, sin distinción.
Las personas que se alimentan son cuatro mil, referencia inequívoca a los cuatro puntos cardinales, la universalidad de la Salvación que trae Cristo.
El Maestro actúa movido por la compasión, y es esa compasión el amor entrañable de Dios por su creación que sólo reconoce hijos a pesar de las fronteras y divisiones que nos esforzamos en colocar, la catolicidad que declamamos y no encarnamos.
Suele suceder. Frente a las necesidades más urgentes y básicas, los discípulos reaccionan lo la visión de una razón que se acota a las propias posibilidades que se muestran escasas e insuficientes frente a la enormidad del desafío. Una tarea tan grande como pequeña la capacidad de brindar respuestas.
El Maestro eleva los ojos al cielo, bendiciendo los panes, la acción de gracias que se hace eterna -Eucaristía-, pero esa bendición se transforma también en el pan que sacia las necesidades de las personas, el corazón vacío, los estómagos que duelen, el abandono que golpea. Desalojar el hambre es también una bendición.
La tarea de los discípulos es pasar de mano en mano el pan que se ha multiplicado por el amor de Dios. Poner manos a la obra sin resignarse ni bajar los brazos, que lo poco que se tenga se hace asombrosamente inmenso cuando se comparte, cuando la vida se ofrece, cuando se confía en la bondad de un Cristo que se conmueve frente a los que no tienen auxilio y están abandonados a su suerte en un mundo que razona miserias y muerte.
Los discípulos han de pasar mano en mano, corazón a corazón, el pan de la Palabra y los alimentos que hacen justicia con los pobres, señales de justicia y de misericordia, de un Dios que nunca abandona a sus hijas e hijos.
Paz y Bien
En la primer multilpicación de los panes, las canastas son doce, símbolo de las doce tribus, imagen del pueblo de Dios. Aquí, tanto los panes como los cestos eran siete, en velada alusión a la idea veterotestamentaria de que la totalidad de las naciones paganas son setenta. Pero siete son los días de la creación, la acción creadora de Dios que llega a todos los pueblos por su infinita misericordia.
En esta ocasión, no hay canastas sino cestos, típicos de la cultura helenística -la Escritura nos ubica en la zona de la Decápolis-. El pan de vida no se restringe a los pretendidamente propios, sino que se ofrece por igual a todos, sin distinción.
Las personas que se alimentan son cuatro mil, referencia inequívoca a los cuatro puntos cardinales, la universalidad de la Salvación que trae Cristo.
El Maestro actúa movido por la compasión, y es esa compasión el amor entrañable de Dios por su creación que sólo reconoce hijos a pesar de las fronteras y divisiones que nos esforzamos en colocar, la catolicidad que declamamos y no encarnamos.
Suele suceder. Frente a las necesidades más urgentes y básicas, los discípulos reaccionan lo la visión de una razón que se acota a las propias posibilidades que se muestran escasas e insuficientes frente a la enormidad del desafío. Una tarea tan grande como pequeña la capacidad de brindar respuestas.
El Maestro eleva los ojos al cielo, bendiciendo los panes, la acción de gracias que se hace eterna -Eucaristía-, pero esa bendición se transforma también en el pan que sacia las necesidades de las personas, el corazón vacío, los estómagos que duelen, el abandono que golpea. Desalojar el hambre es también una bendición.
La tarea de los discípulos es pasar de mano en mano el pan que se ha multiplicado por el amor de Dios. Poner manos a la obra sin resignarse ni bajar los brazos, que lo poco que se tenga se hace asombrosamente inmenso cuando se comparte, cuando la vida se ofrece, cuando se confía en la bondad de un Cristo que se conmueve frente a los que no tienen auxilio y están abandonados a su suerte en un mundo que razona miserias y muerte.
Los discípulos han de pasar mano en mano, corazón a corazón, el pan de la Palabra y los alimentos que hacen justicia con los pobres, señales de justicia y de misericordia, de un Dios que nunca abandona a sus hijas e hijos.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario