Para el día de hoy (22/04/18):
Evangelio según San Juan 6, 60-69
Disputas y bruscos enfrentamientos entre la novedad de las enseñanzas del Maestro y los escribas y fariseos eran habituales y hasta razonables, pues esos hombres estaban cegados de fundamentalismo, de soberbia y de temor a que el poder que ostentaban se diluyera. Así, ellos devenían en per-versos pues renegaban de toda posibilidad de ser con-versos, de encontrarse con el amor de Dios.
No obstante ello, en la lectura de este día lo que se nos presenta es un conflicto surgido en las mismas entrañas de la comunidad cristiana: son los propios discípulos quienes objetan y discuten la enseñanza de Jesús.
Hay en las honduras de sus mentes un obstáculo en apariencia insalvable, y es que no pueden conciliar que ne la persona de Jesús de Nazareth esté un cuerpo tan humano como el de ellos mismos y, a su vez, que ese cuerpo sea comida de vida ilimitada, alimento de eternidad.
Se trata para ellos de una antítesis escandalosa, que les hace tropezar todos sus esquemas y preconceptos. Por eso tampoco entenderán ni aceptarán lo que el Señor asevera, lo adverso de pertenecer a la carne enfrentado a lo que pertenece al Espíritu.
Aquí no debe entenderse una mención en desmedro de lo corporal, de lo material respecto de lo espiritual. Demasiadas veces hemos caído -y caemos- en esa sugestiva trampa, que banaliza lo creado y allí los cuerpos, como si ellos no fuera también objeto del amor infinito de Dios, obra de Sus manos, templos vivos del Dios de la vida.
Lo que aquí se explicita es la contraposición entre lo que perece y lo que permanece, entre las cosas mundanas y la eternidad de Dios. Para aprehenderlo, para aceptarlo, es menester nacer de nuevo, del mismo modo que el Maestro indicaba a su amigo Nicodemo.
Y se nace de nuevo emprendiendo el camino de la fé, una fé que ante todo es don y misterio de un Dios que nos busca, que nos sale al encuentro, muy distante y diferenciado de los méritos acumulados, a puro impulso de su generosidad y su amor.
Parece entonces como si la contundencia de lo que Jesús de Nazareth plantea espanta a más de uno. Muchos de esos discípulos se van de su lado, semilla sin germinar caída en terreno pedregoso.
Pero Pedro y los otros permanecen, y en nombre de ellos hace una afirmación que aún hoy nos estremece, pues provoca resonancias profundas en todos nosotros.
¿A quién iremos? Tú tienes Palabras de vida eterna.
Signo de que la fé sólo puede madurar y sostenerse en la comunidad apostólica. Señal certera del aferrarse al Cristo de nuestra salvación no por un descarte último, ni por una selección de conveniencia, sino por descubrir que sólo en Cristo, sólo por su Gracia la vida trasciende, encuentra pleno sentido y no tiene fin.
Con todo y a pesar de todo, nosotros permanecemos y seguiremos estando porque hemos creído. Y hemos creído por la inmensa bendición de una fé que se nos recrea a cada instante, a impulsos bondadosos del Espíritu que todo lo fecunda.
Porque hemos creído no nos resignamos, porque hemos creído confiamos en su Misericordia, porque hemos creído vamos en busca del hermano, porque hemos creído estamos famélicos de justicia, porque hemos creído sabemos que emprendimos el éxodo de la tierra de los imposibles.
Paz y Bien
No obstante ello, en la lectura de este día lo que se nos presenta es un conflicto surgido en las mismas entrañas de la comunidad cristiana: son los propios discípulos quienes objetan y discuten la enseñanza de Jesús.
Hay en las honduras de sus mentes un obstáculo en apariencia insalvable, y es que no pueden conciliar que ne la persona de Jesús de Nazareth esté un cuerpo tan humano como el de ellos mismos y, a su vez, que ese cuerpo sea comida de vida ilimitada, alimento de eternidad.
Se trata para ellos de una antítesis escandalosa, que les hace tropezar todos sus esquemas y preconceptos. Por eso tampoco entenderán ni aceptarán lo que el Señor asevera, lo adverso de pertenecer a la carne enfrentado a lo que pertenece al Espíritu.
Aquí no debe entenderse una mención en desmedro de lo corporal, de lo material respecto de lo espiritual. Demasiadas veces hemos caído -y caemos- en esa sugestiva trampa, que banaliza lo creado y allí los cuerpos, como si ellos no fuera también objeto del amor infinito de Dios, obra de Sus manos, templos vivos del Dios de la vida.
Lo que aquí se explicita es la contraposición entre lo que perece y lo que permanece, entre las cosas mundanas y la eternidad de Dios. Para aprehenderlo, para aceptarlo, es menester nacer de nuevo, del mismo modo que el Maestro indicaba a su amigo Nicodemo.
Y se nace de nuevo emprendiendo el camino de la fé, una fé que ante todo es don y misterio de un Dios que nos busca, que nos sale al encuentro, muy distante y diferenciado de los méritos acumulados, a puro impulso de su generosidad y su amor.
Parece entonces como si la contundencia de lo que Jesús de Nazareth plantea espanta a más de uno. Muchos de esos discípulos se van de su lado, semilla sin germinar caída en terreno pedregoso.
Pero Pedro y los otros permanecen, y en nombre de ellos hace una afirmación que aún hoy nos estremece, pues provoca resonancias profundas en todos nosotros.
¿A quién iremos? Tú tienes Palabras de vida eterna.
Signo de que la fé sólo puede madurar y sostenerse en la comunidad apostólica. Señal certera del aferrarse al Cristo de nuestra salvación no por un descarte último, ni por una selección de conveniencia, sino por descubrir que sólo en Cristo, sólo por su Gracia la vida trasciende, encuentra pleno sentido y no tiene fin.
Con todo y a pesar de todo, nosotros permanecemos y seguiremos estando porque hemos creído. Y hemos creído por la inmensa bendición de una fé que se nos recrea a cada instante, a impulsos bondadosos del Espíritu que todo lo fecunda.
Porque hemos creído no nos resignamos, porque hemos creído confiamos en su Misericordia, porque hemos creído vamos en busca del hermano, porque hemos creído estamos famélicos de justicia, porque hemos creído sabemos que emprendimos el éxodo de la tierra de los imposibles.
Paz y Bien
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