Para el día de hoy (23/04/18):
Evangelio según San Juan 10, 1-10
Jesús de Nazareth era un magnífico educador pues a menudo se valía de las situaciones que tenían importancia para las gentes de su tiempo y que involucraban su vida cotidiana; en resumidas cuentas, el Maestro enseñaba a partir del acontecer diario de las gentes de su tiempo, y muy probablemente no se trate solamente de una habilidad metodológica, sino de darle importancia nuevamente a las cosas en apariencia pequeñas pero importantes de las mujeres y los hombres de hoy.
Así entonces, siempre tenemos que tener presente las características de Tierra Santa en el siglo I: antes que ser zona proclive a los cultivos, es más bien área de pastoreo, de cría de ganado ovino que fundamentará la economía junto con la pesca, y que a su vez brindará leche y carne para la alimentación y lana para vestidos y telas. Al ser los rebaños tan importantes, las tareas se organizaban rigurosamente y el cuidado de los mismos no quedaba librado al azar: se confiaba la custodia y el seguimiento a gente capacitada y de confianza, de tal modo que habitualmente los pastores llevaban años trabajando cada uno con su rebaño, de tal modo que se forjaban profundos vínculos entre pastores y ovejas. Los pastores conocían muy bien a sus rebaños y viceversa, los rebaños reaccionaban positivamente frente al silbo de su pastor.
En ciudades y aldeas, por el abrigo nocturno y por la protección frente a los salteadores, los rebaños se resguardaban en un corral común a cada pueblo, el que a su vez se subdividía en rediles menores, uno para cada rebaño particular, al cual se accedía por un hueco sin portón. En esa abertura, el pastor tendía su manta y de ese modo su propio cuerpo se convertía en puerta de las ovejas, por lo que el acceso al rebaño inevitablemente se realiza a través del pastor.
La salida para apacentar los rebaños sigue ese orden de ideas: eran muchos los rebaños y por lo tanto muchas las ovejas en cada pueblo, por lo que se volvía determinante el vínculo entre el pastor y el rebaño: el pastor se ubicaba delante de la salida y a pesar de toda la bulla, la majada no se extraviaba. Ni una. Cuestión de olfato fino, de pastores con un persistente aroma a oveja, el perfume identificatorio y único de su rebaño.
Cristo es el Buen Pastor. se involucra desde siempre con el rebaño. Conoce a sus ovejas por su rostro y su nombre, y los suyos le reconocen y siguen. Con su cuerpo ofrecido en la cruz es la puerta de la Salvación, puerta que se abre de par en par hacia los campos de la vida, de la libertad, de la Gracia. Ovejas plenas, que no borregos sumisos y manejables, considerados por los salteadores cosas de su propiedad a favor de su lucro y su beneficio. El Buen Pastor cuida a los suyos, y nunca antepone ninguna cuestión particular al bien del rebaño.
Quiera Dios concedernos pastores así, pastores con un tenaz perfume a rebaño. Y que no perdamos la capacidad de escuchar la voz de Aquél que nos guía a los buenos pastos de la Salvación.
Paz y Bien
Así entonces, siempre tenemos que tener presente las características de Tierra Santa en el siglo I: antes que ser zona proclive a los cultivos, es más bien área de pastoreo, de cría de ganado ovino que fundamentará la economía junto con la pesca, y que a su vez brindará leche y carne para la alimentación y lana para vestidos y telas. Al ser los rebaños tan importantes, las tareas se organizaban rigurosamente y el cuidado de los mismos no quedaba librado al azar: se confiaba la custodia y el seguimiento a gente capacitada y de confianza, de tal modo que habitualmente los pastores llevaban años trabajando cada uno con su rebaño, de tal modo que se forjaban profundos vínculos entre pastores y ovejas. Los pastores conocían muy bien a sus rebaños y viceversa, los rebaños reaccionaban positivamente frente al silbo de su pastor.
En ciudades y aldeas, por el abrigo nocturno y por la protección frente a los salteadores, los rebaños se resguardaban en un corral común a cada pueblo, el que a su vez se subdividía en rediles menores, uno para cada rebaño particular, al cual se accedía por un hueco sin portón. En esa abertura, el pastor tendía su manta y de ese modo su propio cuerpo se convertía en puerta de las ovejas, por lo que el acceso al rebaño inevitablemente se realiza a través del pastor.
La salida para apacentar los rebaños sigue ese orden de ideas: eran muchos los rebaños y por lo tanto muchas las ovejas en cada pueblo, por lo que se volvía determinante el vínculo entre el pastor y el rebaño: el pastor se ubicaba delante de la salida y a pesar de toda la bulla, la majada no se extraviaba. Ni una. Cuestión de olfato fino, de pastores con un persistente aroma a oveja, el perfume identificatorio y único de su rebaño.
Cristo es el Buen Pastor. se involucra desde siempre con el rebaño. Conoce a sus ovejas por su rostro y su nombre, y los suyos le reconocen y siguen. Con su cuerpo ofrecido en la cruz es la puerta de la Salvación, puerta que se abre de par en par hacia los campos de la vida, de la libertad, de la Gracia. Ovejas plenas, que no borregos sumisos y manejables, considerados por los salteadores cosas de su propiedad a favor de su lucro y su beneficio. El Buen Pastor cuida a los suyos, y nunca antepone ninguna cuestión particular al bien del rebaño.
Quiera Dios concedernos pastores así, pastores con un tenaz perfume a rebaño. Y que no perdamos la capacidad de escuchar la voz de Aquél que nos guía a los buenos pastos de la Salvación.
Paz y Bien
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