La vida, don de Dios, pan para el hermano













Para el día de hoy (19/04/18):  

Evangelio según San Juan 6, 44-51








Es preciso recordar el entorno que rodea al discurso del Maestro sobre el Pan de Vida, parte del cual nos brinda la lectura del día: los eruditos judíos y la gran mayoría de la dirigencia religiosa se escandalizaba y murmuraba colérica cuando escuchaban que Jesús de Nazareth se identificaba como pan vivo bajado del cielo. En ellos había una gran carga de literalidad -origen de todos los fundamentalismos-, de desprecio y de prejuicio. Era injurioso que ese galileo pobre dijera que era como el maná cuando ellos presumían conocer sus orígenes nazarenos, su padre y su madre tan pero tan terrenales, tan poco celestiales según sus criterios.

El Maestro no hace en esta ocasión referencia a sí mismo o a sus signos, sino directamente al Creador, al que Él llama y reconoce como Padre.
Escuchando con atención al Padre, a sus amigos los profetas, aprendiendo de las Escrituras, se llega felizmente al Hijo. Todo lo señala, todo se encamina a Él.
Dios es el Totalmente Otro, infinito, incognoscible, y es el Hijo el único que conoce en verdad al Padre, y es a través del Hijo como conocemos la esencia misma de Dios y podemos ser partícipes felices de su eternidad.

El maná era crucial para la supervivencia del pueblo recién liberado en el desierto, peregrino hacia la tierra prometida; signo certero de la bondadosa providencia divina. Pero ese maná tenía por objeto precisamente el sustento corporal, y revelaba la bondad de Dios, más no revelaba al Padre como vida eterna: quienes se alimentaron del maná cumplieron su ciclo vital y murieron.
Aún así, el Padre es un Dios muy extraño para ciertos conceptos, un Dios inaccesible pero que nada se reserva, que se brinda por entero y sin reservas a sí mismo en el Hijo para la salvación de la humanidad, y el Hijo, en la donación total de su vida en la cruz, revela el amor absoluto del Padre, amor eterno en donde la muerte no tiene lugar ni preponderancia.

Lejos de toda teorización conceptual o de toda abstracción desencarnada, Cristo deja las cosas bien claras: el pan es su carne, ofrenda para la vida del mundo, cordero de Dios de nuestra liberación. Con su sangre pintamos las puertas de nuestros corazones para que la muerte pase de largo.   

Las primacías son de Dios. En Cristo, Dios nos sale al encuentro para que nadie se pierda, para vivir la vida en plenitud del mismo modo que el Hijo, por el cual todos somos hermanos, hijos amados de un Padre que nunca nos abandona.

Paz y Bien

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