Para el día de hoy (03/04/18):
Evangelio según San Juan 20, 11-18
Ese huerto es un jardín, y aunque ella no lo sepa, es la evocación exacta del jardín del Edén en donde todo era perfecto y la vida perduraba, porque la Resurrección es la nueva creación, el paraíso pagado con la sangre de Aquél que se ofreció como cordero pascual sin mancha.
Ella permanece inundada de llanto. Los discípulos han visto la tumba vacía y se han retirado. Ella permanece en su tristeza pero persiste en ella un amor sin resignaciones, un amor que no se rinde. La Magdalena ama aún cuando sólo pueda entrever los despojos vanos de una muerte injusta, y quizás sea ese amor en donde germine su esperanza.
Porque ella aún no ha realizado su Pascua, pero se aferra con un corazón tenaz a sus afectos que no claudican ni ante esa tristeza que la demuele.
Dos ángeles guardaban el Arca de la Alianza.
Aquí, dos Mensajeros permanecen como atentos guardias de honor de una alianza definitiva, el tiempo de la Salvación, tiempo propicio y santo de Dios y el hombre.
Él está allí. Ha resucitado. La muerte no ha podido con Él, la muerte ya no es frontera, ya no hay imposibles que puedan justificarse.
Tal vez a causa de ese llanto que empaña su mirada -pero que lava su alma- María de Magdala aún no pueda verlo, pues aún espera encontrar al Crucificado, al muerto amado.
Pero ella es discípula con todas las letras y con mayúsculas, aunque ciertas oscuras tradiciones le adjudiquen ciertas veleidades que no le correspondan, en tren de menoscabar su diaconía.
Modelo del discipulado, ella reconoce al Señor cuando es llamada por su nombre. El buen rebaño siempre reconoce la voz del Buen Pastor.
El amor reconocido, el amor que nos reconoce y redescubre nos pone prisas y alas, la urgencia de comunicar a otros esta novedad única y definitoria.
En ese despertar del letargo triste del luto, María lo nombra Maestro y se aferra a sus pies, pero debe abandonar esa imagen que perdura en su corazón: ya no es el Maestro que ha conocido, es el Resucitado que se plenificará a la diestra de Dios, es el Cristo Redentor y cósmico que en la ilógica del Reino está partiendo para quedarse de manera definitiva entre nosotros.
María Magdalena, obediente a esa bondad que la florece, cumple con el aviso encomendado a los discípulos, que han dejado ese estadio para convertirse en hermanos de ese Cristo al que encontrarán en todas las Galileas de la existencia.
María Magdalena es evangelizadora de los apóstoles, y testigo cordial para todos nosotros.
Paz y Bien
Ella permanece inundada de llanto. Los discípulos han visto la tumba vacía y se han retirado. Ella permanece en su tristeza pero persiste en ella un amor sin resignaciones, un amor que no se rinde. La Magdalena ama aún cuando sólo pueda entrever los despojos vanos de una muerte injusta, y quizás sea ese amor en donde germine su esperanza.
Porque ella aún no ha realizado su Pascua, pero se aferra con un corazón tenaz a sus afectos que no claudican ni ante esa tristeza que la demuele.
Dos ángeles guardaban el Arca de la Alianza.
Aquí, dos Mensajeros permanecen como atentos guardias de honor de una alianza definitiva, el tiempo de la Salvación, tiempo propicio y santo de Dios y el hombre.
Él está allí. Ha resucitado. La muerte no ha podido con Él, la muerte ya no es frontera, ya no hay imposibles que puedan justificarse.
Tal vez a causa de ese llanto que empaña su mirada -pero que lava su alma- María de Magdala aún no pueda verlo, pues aún espera encontrar al Crucificado, al muerto amado.
Pero ella es discípula con todas las letras y con mayúsculas, aunque ciertas oscuras tradiciones le adjudiquen ciertas veleidades que no le correspondan, en tren de menoscabar su diaconía.
Modelo del discipulado, ella reconoce al Señor cuando es llamada por su nombre. El buen rebaño siempre reconoce la voz del Buen Pastor.
El amor reconocido, el amor que nos reconoce y redescubre nos pone prisas y alas, la urgencia de comunicar a otros esta novedad única y definitoria.
En ese despertar del letargo triste del luto, María lo nombra Maestro y se aferra a sus pies, pero debe abandonar esa imagen que perdura en su corazón: ya no es el Maestro que ha conocido, es el Resucitado que se plenificará a la diestra de Dios, es el Cristo Redentor y cósmico que en la ilógica del Reino está partiendo para quedarse de manera definitiva entre nosotros.
María Magdalena, obediente a esa bondad que la florece, cumple con el aviso encomendado a los discípulos, que han dejado ese estadio para convertirse en hermanos de ese Cristo al que encontrarán en todas las Galileas de la existencia.
María Magdalena es evangelizadora de los apóstoles, y testigo cordial para todos nosotros.
Paz y Bien
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